El espectacular desarrollo de la animación infográfica, impulsada principalmente por Pixar, ha traído consigo, a la par que un desarrollo técnico en progresión constante, el fenómeno, que si bien podría considerarse lógico hasta cierto punto, de la búsqueda del máximo de representación realista. Esta es un cuestión formal que llama poderosamente la atención en tanto que obedece casi más a la búsqueda del desafío absoluto (la representación animada perfecta del ser humano de carne y hueso) o a la legitimación del cine de animación como género integrado en el cine que a su utilidad meramente artística. Y es que la pregunta que se presenta ante estas intenciones resulta más que evidente. ¿Cuál es la utilidad de la perfección informática cuando la máxima expresión realista ya está en el ser humano per se?

Up parece ser la respuesta en negativo que Pixar nos ofrece. Ya en su anterior película, Wall.E asistimos a un ejercicio de detallismo paisajístico hiperrealista y a la curiosa transferencia de atributos donde un robot podía asumir rasgos humanos en su expresión y emotividad mientras que la representación humana no pasaba de ser una suerte de deformación esperpéntica. En el caso que nos ocupa, la opción escogida se centra más en la forma y en el fondo cinematográfico que en la importancia del realismo de los personajes. Es evidente que la representación humana no resulta fruto del azar puesto que en los rasgos cuadrados del protagonista se reconocen fácilmente la cerrazón idiosincrásica que se produce con el paso de los años, mientras que en las redondeces del niño se aprecia la maleabilidad y flexibilidad de la inexperiencia.

Pero ¿Qué buscaba Pixar con este film? Posiblemente mostrar algo tan complicado como un periplo vital a través de dos elementos básicos: concreción y abstracción. Hablar de la búsqueda de los sueños perdidos, de las frustraciones vitales no parece tarea fácil y más cuando se trata de un film que, presumiblemente, está destinado a un público infantil. Sin embargo el ejercicio de síntesis realizado resulta absolutamente admirable. Basta con analizar los ciclos vitales resumidos en instantes concretos. Una casa que levanta el vuelo simbolizando la búsqueda de la aventura largamente pospuesta, unos muebles que son literalmente arrojados por una ventana como metáfora perfecta del renacer, de soltar las ataduras con el pasado y empezar de nuevo desde un lienzo en blanco a rellenar. (sigue en spoiler)