Despues de la última película de Superman, y debido al fracaso tanto artístico como comercial de la misma, el mundo de las adaptaciones de superheroes a la gran pantalla pasó por lo que se suele llamar, una larga travesía por el desierto. Por ello el proyecto de Batman creó, quizás, un interés tanto mediático como de público muy elevado. Y más teniendo en cuenta que un producto de tal envergadura iba a recaer en manos de un, por entonces, semidesconocido pero prometedor director llamado Tim Burton.

Rapidamente quedó claro que la película, sin renunciar a su comercialidad, iba a llevar el sello del director, buscando una imagen más oscura, cercana a lo gótico, y que deliberadamente huía del colorido pop del Batman de Adam West, demasiado infantil e incluso demodé.

Quizás para compensar tanta oscuridad y la controvertida decisión de contratar a Michael Keaton como protagonista, nada mejor que poner en el elenco a la rubia de moda, Kim Basinger, y a un antagonista que acabaría por robar el protagonismo de la película, Jack Nicholson como el histrión y psicópata bromista The Joker.

Con estos mimbres se puede decir que la película no decepciona en ningún momento, se puede reconocer el sello Burton, hay momentos de acción al más puro estilo Blockbuster y unos efectos especiales más que dignos, sobre todo teniendo en cuenta que la película se rodó justo antes de la explosión de la era digital y de los efectos generados por ordenador.

El principal problema es que hay una cierta descompensación entre lo que ofrecen los personajes. Keaton está simplemente correcto, Basinger está flojita incluso de chica florero, y Nicholson lo borda. Aunque quizás uno puede acabar harto ante los excesos payasiles del personaje, y su excesivo protagonismo, que relega al teórico protagonista a un segundo plano, y que deja la sensación de ser más la película del Joker que no la de Batman.

Pero quizás el mayor pero del film, es que el sello Burton queda muy debajo de lo esperado. Hay demasiadas concesiones a la galeria y por momentos la creatividad del director parece absolutamente ahogada tanto por un Nicholson que se hace dueño y señor de la función y que parece que hizo lo que le dió la gana, como por unos productores demasiado interesados en ganar dinero por encima de cualquier otra consideración artística. Cosa por otro lado normal teniendo en cuenta que por aquel entonces Burton aún no era casi nadie.

Lo mejor: Nicholson y sus excesos.
Lo peor: Nicholson y sus excesos.