Hablar de la vida de una persona, de convertirla en una epopeya, de reflejar el amor, la tristeza, las esperanzas, las desilusiones. Nada de esto es nuevo. Hemos asistido a montajes lineales, circulares, en flashback, pero siempre con esa sensación de deja vú, de sensaciones repetidas con una patina de maquillaje, más o menos grueso, para disfrazarlas de algo nuevo. Por ello Fincher convierte a su película en algo más, algo que trasciende las barreras de la biografía para convertirla en un manifiesto de trascendencia vital, en algo que a diferencia de otras obras con pretensiones no buscar ser bigger than life, simplemente lo consigue.

Se puede hablar de impecables interpretaciones, de lirismo en mayúsculas o de la poesía que subyace en el guión y, probablemente, todo ello sería cierto, pero el gran acierto del film está apoyado fundamentalmente en dos elementos: el tempo y la estructura.

No es casual el ritmo el ritmo que Fincher imprime al film sino que es resultado de su propia concepción argumental. Así asistimos a un inicio pausado, metafórico, digresivo y fundamentalmente crepuscular para ir ganando en vigor y agilidad al ritmo que el protagonista rejuvenece reflejando perfectamente el propio ciclo vital inverso. Es esta inversión temporal la que marca también que los sucesos se desarrollen de forma inversa a la habitual mostrando los sucesos más épicos en el marco de la vejez abundando en planos generales más preocupados del marco espacial que del personaje, para evolucionar hacia un cine de planos cortos más pendiente del aspecto íntimo del protagonista, mostrando así que el discurso interior no depende del aspecto físico sino de la experiencia vital acumulada.

Pero lo realmente novedoso y a la vez insertado de forma magistralmente coherente en el engranaje argumental es como se articula la estructura narrativa, como se teje el núcleo central de la trama y como de ahí surge tanta su implacable lógica como su mensaje final. De formato aparentemente clásico, desarrollándose en torno al conocido esquema de cinco partes narrativas, deja sólo un pequeño espacio para el flashback o el salto temporal en torno a la digresión explicativa del narrador en futuro. Pero detrás de esta aparente sencillez el directo esconde algo mucho más complejo en el núcleo sentimental del film. A partir de un punto de encuentro entre sus dos protagonistas el cineasta traza todo su periplo vital en dos líneas que curvan y se entrecruzan durante todo el metraje, dejando que esos puntos de unión sean constantes, intensos, pero cortos y que acaban finalizando en un mismo punto de encuentro final convergente, espejo del encuentro inicial. Esta es una estructura cruzada a la que hay que mirar desde una perspectiva lejana para constatar que esta forma helicoidal responde a la figura de una cadena de ADN, la cadena de la vida. (sigue en spoiler)