A pesar de que su director y guionista, Shane Acker, sea un debutante en tales lides y que su nombre no resulte especialmente conocido, no cabe desdeñar su procedencia. Su participación en WETA, responsables de los efectos visuales de la trilogía de El señor de los anillos, le hacía merecer a priori un cierto margen de confianza, al menos en el apartado técnico y visual. No menos importante en este aspecto resulta la participación en tareas de producción (y porque no decirlo, de reclamo publicitario) de dos cineastas, Tim Burton y Timur Bekbambetov, conocidos precisamente por su capacidad de generar imágenes y atmósferas atrayentes cuando no poderosas en espectacularidad y magnetismo.,

En este aspecto ciertamente El número 9 no defrauda en absoluto. Tanto en los personajes como en su entorno se consigue respirar ese aire de apocalipsis retro y en cuanto a la propia creación técnica, a pesar de su realización digital, se consigue un aire artesano, casi cercano al stop-motion que otorga al conjunto una sensación de familiaridad entrañable, de pequeña producción destinada a sorprender tanto por su ingenuidad como por su belleza sin pretensiones.

Hasta aquí todo funciona como un mecanismo de relojería, satisfaciendo desde el primer instante las expectativas de su audiencia potencial. El problema generado a continuación es el de que no se sabe que hacer exactamente con todo ello. Puede que la raíz de toda esta problemática este precisamente en la génesis del film, ya que no podemos olvidar que no éste no deja de ser una versión ampliada de un cortometraje ya realizado por el director. Aunque el metraje sea reducido no deja de ser claramente superior al del cortometraje precedente, con la dificultad evidente de tener que ampliar los contenidos argumentales, es decir, dotar de consistencia a una historia mínima que podía funcionar en unos escasos minutos, pero que debía ser puesta a prueba ante el reto de su ampliación.

El resultado, aunque no del todo, sólo puede calificarse de fallido. Quizás sea falta de empaque, quizás una permanente indefinición entre el discurso filosófico y la acción pura o quizás un conjunto de todo ello, pero la cuestión es que esta es una película que, lejos de atrapar acaba por aburrir, y eso en un film de animación, y más con su corta duración, es un lastre difícilmente ignorable. El problema fundamental, sin embargo, se halla en su nula capacidad para explicar de forma convincente todo su entramado, sus personajes se limitan a seguir un esquema basado en la alternancia entre en el discurso y la acción, produciéndose una descompensación absoluta, ya que, si bien en lo referente al dinamismo el resultado es más que óptimo, en lo argumental todo resulta confuso, atropellado y, porque no decirlo, redundante.(sigue en spoiler)