Acercamiento cariñoso y sin prejuicios a la vida de dos buenas mujeres que casualmente son putas. Cuando escribo esta crítica hace ya cuatro años que Fernando León de Aranoa estrenó la película. Los profesionales de esto (lo de hablar de lo que hacen los demás) no la trataron demasiado bien e incluso alguno se atrevió a vapulearla. El paso del tiempo y la perspectiva, como otras muchas veces, les está quitando la razón: Princesas era una buena película y lo sigue siendo.

En aquel momento surgieron las comparativas con Los Lunes al sol, y lo cierto es que la existencia de una no descalifica a la otra, la complementa. El mundo de Santa es el mismo que el de Caye. Ventajas democratizadoras del cine social.

Dulces muchachas tristes (que diría Pablo Guerrero) que han perdido, o dado la patada, ¡vaya usted a saber!, al príncipe azul y vagan por las calles vendiendo el cuerpo, con la esperanza de salvar el alma. Algunos venden el alma para salvar el cuerpo y sus complementos: chalets, coches, yates...Esta última prostitución está mejor vista porque no deja huellas visibles: moratones, enfermedades...pero apesta, y no a Chanel precisamente.

Princesas, es un tema universal, siempre actual, porque la hipocresía forma parte de la condición humana y estas "dulces muchachas tristes" hacen la misma labor que los buitres en la naturaleza: retiran de la circulación carne muerta y yacen también con ciudadanos libres de toda sospecha, a quienes sus mujeres les han dado el dinero para que se desahoguen y... ¡que les aguanten otras!.

Candela Peña está soberbia, muy bien secundada por Micaela Nevárez. La música de Manu Chao viene al pelo y el guión y dirección de León de Aranoa son de maestro. ¡Qué más se puede pedir!