Buena. Fantástica sería esta nueva adaptación de la novela de Drieu La Rochelle si antes no hubiera visto la insuperable versión cinematográfica que hizo del libro, con guión propio, el genial director francés Louis Malle en 1963 y que tituló, como el original: Le feu follet, en un blanco y negro cadavérico y refulgente.

Al ser un tema universal, la traslación al Oslo de nuestros días no chirría en absoluto, aunque hayan pasado 70 años desde la aparición del drama escrito.
El vacío que se instala en las vidas de quienes han seguido un proceso de desintoxicación es el nuevo enemigo, a veces invencible, en la vida de algunos (no pocos) dependientes. Anders piensa que podrá expulsar al desazonador inquilino recuperando lo bueno que hubo en su vida anterior...

Oslo, 31 de Agosto, está bien dirigida y muy bien interpretada, como si el actor y el personaje fueran el mismo individuo. Las gélidas, por reales, impresiones que me dejó esta película de Joachim Trier son muy parecidas a aquellas que me transmitió la obra de Malle, y por eso no me resisto, para reafirmar mi parecer, a poner un párrafo de mi antigua crítica a El fuego fatuo:

"Pocas veces en el cine te transmitirán de manera tan certera sensaciones, vacíos existenciales, dolores del alma, soledades incurables, paraísos perdidos...; que afectan a otros, pero que te aproximan al doliente de manera que huelas la gangrena. Te alejas, sí, pero tiemblas de miedo ante la indiscutible posibilidad de que el virus de la nada se esté instalando en tu conciencia y acabe alimentándose de lo que tú conoces y los demás no entienden. Hayas llegado a esa percepción a través del alcohol, el acto trivial del amor o cualquier otra sustancia esclarecedora"