Las películas que, como esta, están basadas en personajes de arrolladora personalidad e interpretados de una forma tan magnífica, a la par que absorbente; tienen la habitualidad, y el inconveniente, de dejar al resto de copartícipes de la historia, y a quienes les interpretan, en un escalón demasiado alejado de la figura del divo, diva en este caso; tanto en la ficción como en el rodaje. Como si la humillación fuera un castigo natural por no estar a la altura de los grandes genios y los merecidos, imagino, cachés de Cate Blanchet.

Claramente Todd Field, que es un director meticuloso, ha dedicado al menos el 75% de las neuronas utilizadas en este proyecto en beneficio de la mujer protagonista y su álter ego; y por supuesto que está en su derecho y es más que posible que ese fuera el objetivo perseguido, para acentuar más el mensaje que quiere trasladar. El espectador, no obstante, se plantea, tal vez sea un deseo, si no hay alguien capaz de caminar erguido, cerca de la inconmensurable Lydia Tár.

La erótica del poder, de la que tantas veces se habla, es tristemente un placer no compartido; es un estímulo que solo goza el poderoso, el que se cree superior, el abusón..., y entre ellos también las grandes mujeres que han roto el techo de cristal, han llegado a dirigir las mejores orquestas del mundo y a grabar, con su personal sello, las sinfonías más díscolas e imposibles. Para ell@s cosas tan nimias, como por ejemplo el amor, el respeto a los demás o los sentimientos de culpa, no merecen la menor consideración; hasta que llega un día que...