Reality es una crónica de nuestros días. De la cutre-realidad a la que se ve abocada una parte de la población que busca la modernidad inmediata, el triunfo relampagueante de la fama televisiva. La incineración de lo cotidiano en inexistentes paraísos terrenales, la huida de la dura responsabilidad hacia plácidos y mullidos vergeles, la juventud eterna concentrada en cápsulas de sexo y absoluta trivialidad.

El Gran Hermano era esto: una pandemia de imbecilidad que facilitará a los poderes el control sobre los ciudadanos. Si Orwell volviera tal vez se vería obligado a rehacer su novela y enfocar los peligros para la sociedad actual y venidera, quitando protagonismo a Stalin y dándoselo a algunos rostros supuestamente más amables y sonrientes que nos venden la vida en "cómodas cuotas de felicidad".
El nuevo Big Brother tal vez tenga las mismas cabezas de la Hidra del lago de Lerna: industrias tecnológicas, farmacéuticas, energéticas, armamentísticas, mediáticas... Aunque no será necesario, en esta ocasión, un Hércules capaz de cortarlas todas, se devorarán unas a otras; pero no sabemos si podremos huir de su estómago o moriremos con el monstruo.

Lo que Garrone bosqueja como una comedia a la italiana, con su pescadero dicharachero, eje de una humilde familia napolitana al uso; se va transformando, dentro de una atmósfera inquietante, en un viaje a los infiernos del consumismo y el éxito, con el receptor de imágenes como única compañía hacia la locura.

Abundando en otras críticas, es cierto que la sátira de Matteo alcanza cumbres meritorias y desciende a anodinos valles transitados, pero la intencionalidad es más que plausible.