Una película como Saló es necesaria para el cine. Alumbrar a través de la mirada cinematográfica algunos de los rincones más oscuros del ser humano, tener el valor de poner en imágenes algunos de los comportamientos que fascinan a unos pocos y asquean a la inmensa mayoría es algo positivo, resulta valiente y permite conocernos algo mejor.

Tal cosa, además, debe ser realizada por algún gran director, puesto que de lo contrario, la cosa podría resultar extremadamente superficial. Y ese es el reto que afrontó Pasolini y ante el cual... ¡fracasó! Y no fracasó como gran director, puesto que el gran dominio técnico del artista es indiscutible y se manifiesta con soltura en buena parte del film. Desde esa perspectiva, tenemos una película más que correcta. En lo que fracasa es en el retrato que formula, el de la sumisión, y en la construcción de ese espacio de dominantes y dominados, donde no existen matices ni aristas. Donde todos los sádicos son crueles y fotocopiados unos de otros, y donde los sometidos oscilan entre la sumisión y la desesperación. Y quizás esto no fuera importante en otra clase de pélícula, pero en esta lo es y mucho. Además, al contextualizarlo en el periodo fascista y atribuir el protagonismo del sadismo a las élites sociales, falsea el concepto, porque la violencia sexual no se relaciona con el poder sino con la violencia social, que va mucho más allá del comportamiento del fascismo; ni mucho menos la sumisión es la única respuesta ante el fascismo. ¿Y la rebelión? ¿Y la confrontación?

Total, que tan sólo nos queda una película con fuertes impactos visuales, que remueve nuestros gustos pero que no nos transmite más que un espectáculo de obscenidades bien rodadas. Y es que estábamos en la época de las transgresiones, y adaptar el Marqués de Sade al siglo XX y al cine es una de las mayores transgresiones que pueden realizarse. Ahora bien, esas transgresiones no merecen elogios que vayan más allá del coraje exhibido si la película no acompaña. Y esta película no acompaña en absoluto, se queda muy por debajo de lo que el reto exige y en muchísimos pasajes sucumbe a la morbosidad. Fracaso, pues, y curiosidad fílmica tan sólo.