Confieso que ,a estas alturas, la Bette Davis de ojos fluorescentes, polisón y miriñaque, y carácter difícil e indomable, ya no me impresiona tanto como antes . Es un lujo de ver y una fuerza de la naturaleza, sí, pero también un prototipo salvaje de mujer demasiado goloso para ciertos directores de la época. Todo está un pelín pasado de rosca aunque sea perfectamente disfrutable. El tema, eso sí, es interesante: alguien que no sabe parar y se empeña en tensar la cuerda más allá de lo razonable, incluso con su amado Henry Fonda. ¿ Quién no lo ha hecho alguna vez en alguna relación?: ¿ exigir más de lo necesario sólo por el lujo de verse confirmado? De alguna manera absurda, a veces ponemos a prueba a los demás e imaginamos que, en ciertas ocasiones, el amor, para continuar, nos debe algo, requiere una cierta pleitesía. No siempre sale bien, claro, podemos dañar el orgullo ajeno definitivamente, pero supongo que en ciertas ocasiones tampoco podemos evitarlo pues el amor es también a veces caprichoso e inseguro.

Todo lo demás en la película me parece un poco accesorio: las dotes de manipuladora de la Davis, los amagos de guerra de sucesión, los duelos al sol y la fiebre amarilla. En el fondo, se trata de la historia de un error: uno muy trágico.