Paradójicamente, lo que más me ha gustado de este entretenido thriller no ha sido su resolución. El desenlace es bueno, desde luego, pero transita por el terreno conocido de otras películas de temática similar y, salvo la escena de la cena, donde la tensión hace que al espectador más hambriento no le pase por la garganta ni un garbanzo de Fuentesaúco, el resto no sorprende demasiado.

Mucho más interesante por el contrario me parece la primera parte del metraje, el viaje. Todo es un viaje, la vida misma es un viaje, y lo más importante del viaje no es llegar a destino sino el viaje en sí mismo, el camino a recorrer. En cómo afrontan el camino los viajeros protagonistas de esta película es donde radica lo mejor de la misma. Kevin Costner y Diane Lane hacen un gran papel mientras recorren su camino particular: una senda en la que, si bien hay dolor por la pérdida de un ser querido, es un dolor sereno y reposado, alejado del todo de excesos y aspavientos. Una senda en la que también existe resignación ante el paso inexorable del tiempo, por la vida que se acerca a su final pero que no desfallece mientras haya esperanza. Los dos protagonistas encuentran esa esperanza en la búsqueda de un niño, único asidero al que se agarrarán para no rendirse y seguir adelante.

En definitiva, una película entrenenida y del todo recomendable.