Tim McCanlies, creador original de Smallville, debuta en la dirección con demasiada inocencia.
Tim McCanlies es uno de los guionistas de la fabulosa cinta de animación El gigante de hierro. Además, es el creador original de SmallviIle, serie de éxito que opta por mostrarnos a un Superman adolescente. Su gusto por el cómic, y por el cine de aventuras más clásico, queda refrendado con El secreto de los McCann, una cinta que bien podría ser una mezcla de Heidi, La princesa prometida y Autopista hacia el cielo, pero que, como otros subproductos hollywoodienses, vende gato por libre, dejando un poso de insatisfacción tan grande como las buenas intenciones que nos regala.
Una pareja de chiflados
El título original, Secondhand lions, leones de segunda mano, da una idea más aproximada de lo que seguramente fueron las primeras intenciones del director. Hub y Garth, dos estrafalarios y cascarrabias individuos, cuyos comportamientos no son del todo sociables, ven cómo sus vidas, llenas de alternantes descansos y locuras (pescan con escopeta, se alimentan sólo a base de carne), toman un nuevo rumbo al acoger a Walter, un pariente cuya madre les va a confiar durante los dos meses que dura su reciente trabajo. La diferencia de edad, de preocupaciones y metas, transmitirán una aparente incompatibilidad, pero poco a poco, los viejos irán encariñándose con este chico, principal culpable de que recuerden sus años mozos.
Lo que podía haber sido una entrañable lectura de amistad entre distintas generaciones, o una interesante reflexión acerca de la falsedad de las relaciones familiares (Walter es engañado por su madre una y otra vez), acaba siendo sólo una obra agradable debido a la mezcla dosificada de surrealismo, buenos sentimientos, comedia, acción y drama. Arropada por la placentera banda sonora de Patrick Doyle, este canto a la niñez, que demuestra que a veces los lazos de sangre no aseguran el afecto verdadero, tiene sus mejores momentos en la sobriedad y naturalidad de dos pesos pesados del cine, Robert Duvall y Michael Caine, en sus cínicos diálogos (¿encargaste una prostituta?), en la frescura de Haley Joel Osment al interesarse por sus peripecias, y en esos instantes finales en que se toman decisiones vitales que arrancarán las lágrimas a los sentimentales irredentos. Una pequeña huerta de verduras, una pandilla de chulos recalcitrantes, una leona en vías de extinción, y unos parientes que sólo piensan en el dinero, conforman una realización televisiva que provoca la revisión nostálgica de Forrest Gump, película autorizada para todos los públicos, pero no por ello carente de contundencia, sabiduría y riesgo.