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España España · Salamanca
Voto de La Maga:
9
Drama. Romance Laurence Alia (Melvil Poupaud) es un profesor de literatura con un trabajo estable y una sólida relación con su novia (Suzanne Clément). Sin embargo, un día decide contarles a sus amigos y seres más queridos sus planes para cambiarse de sexo. (FILMAFFINITY)
18 de diciembre de 2012
35 de 39 usuarios han encontrado esta crítica útil
De un tiempo a esta parte, sigo con curiosidad el cine proveniente de Canadá. Reconozco que mi deseo sigiloso de averiguar más procede de la grata impresión que me produjo, hará ya diez años, aquel título lleno de mala baba y desencanto lúcido llamado Las invasiones bárbaras. Su director, Denys Arcand, hizo que pusiera en mi mapa cinéfilo una chincheta más, y desde entonces, de vez en cuando la modesta industria canadiense me regala una buena sonrisa, de esas que me produce el cine clásico cuando deseo fervientemente recuperar mi idilio con el cine, sitiado y putrefacto últimamente, en aras de una renovación mal entendida.
Pues bien, gracias otro año más a la inestimable programación del festival internacional de Tallinn (Estonia), mi relación con la cinematografía canadiense se hace cada vez más estrecha. En esta ocasión, el culpable en cuestión recibe el nombre de Laurence anyways, y se me antoja que dará mucho que hablar de aquí a un tiempo, dado su potencial de película de culto al instante, icono seguramente de minorías y producto revisionista y nostálgico de un cine apegado a realidades en ocasiones denostadas.
Xavier Dolán ya tenía dos trabajos anteriores. Mientras que en I killed my mother (2009) diseccionaba la relación subyugante entre una madre y su vástago, debutando a la increíble edad de diecinueve años, en Les amours imaginairies (Heartbeats) (2010) continuaba haciendo lo propio con un triángulo amoroso. Pocas veces un director llega a una madurez en su tercer proyecto, y hacerlo con veintidós años debería centrar nuestras miradas. Y lo hace a lo grande, sin miramientos, sin miedo al qué dirán, con un exceso tan seguro de sí mismo que otras obras similares palidecen en el mayor de los ridículos frente a ella. Casi tres horas de metraje hechas en sazón, llenas, al igual que su protagonista “masculino”, de determinación, con un despliegue tan envolvente que aúna lo mejor del cine europeo y USA a partes iguales, esquivando al mismo tiempo todos sus defectos.
Laurence anyways tira de audacia, estética videoclipera (sobre todo de los ochenta) y técnicas publicitarias para elaborar un cóctel explosivo, pero sorpresivamente, no se queda en la mera pose, en la fachada, ni se desinfla al poco de despegar, como le suele suceder a este tipo de productos, que acaban optando por un amarillismo a todas luces resultón, facilón y a la postre vacío. No, Laurence anyways va más allá, no sólo se sostiene en su discurso, sino que lo engrandece a medida que transcurre, llevándolo a cotas pocas veces transitadas con asuntos como el que trata, a saber, la búsqueda de una identidad sexual.
Es como si juntáramos en una misma cinta varias tendencias artísticas muy reconocibles a los ojos de los cinéfilos, en su mayoría de los últimos treinta años. Xavier Dolán recurre a un estilismo desaforado – con reminiscencias al cine de Wong Kar-Wai o el mismísimo Pedro Almodóvar, apuesto que ferviente seguidor de esta cinta -, y a un cariño inusitado por personajes sexual y amorosamente desorientados. Mas lo que la hace particularmente singular es la profundidad y lucidez de su relato, no exento de una vertiente ensayística que lo podría emparentar con dos polos diametralmente opuestos. Me refiero, por una parte, a la capacidad analítica en cuestión de relaciones amatorias del cineasta sueco Ingmar Bergman, y por otra, a la aptitud transgresora de los límites contemporáneos, abordados por el radical, a la par que refrescante, director de culto John Cameron Mitchell.
Lo que Dolán parece decirnos es que ha llegado la hora de derribar tabúes, tal vez consciente de que la sociedad, ahora sí, parece más pertrechada para acercarse a una existencia que, por otro lado, no deja de ser otra cosa que una gran historia de amor, quizás del amor a uno mismo, por encima de todas las cosas, y de todas las personas, por mucho que las queramos. Generalmente, este tipo de largometrajes tienden a dar por perdido a gran parte del público, no aquí, ya que el verdadero y enorme triunfo de Laurence es conseguir hacernos partícipes a todos de su odisea, engancharnos sea cual sea nuestra orientación sexual o el límite de nuestros prejuicios sociales. Porque esta hermosa película no sólo trata de identidad sexual, sino de la búsqueda de uno mismo, de la autenticidad, del precio que hay que pagar para no ser uno más del rebaño, a trancas y barrancas, encarando los obstáculos, aun a costa de renunciar al amor. Laurence cree en un alma gemela, lucha por estar junto a ella, sin embargo, todo tiene un coste. ¿Triunfará el amor de pareja o prevalecerá el amor a uno mismo? Dilemas actuales en medio de una sociedad contemporánea que esclaviza hasta nuestros sentidos, y por ende, nuestros sentimientos. Como dijo Calderón de la Barca: “Que cuando el amor no es locura, no es amor.” Disfruten de este clásico de culto en potencia.
La Maga
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