Al margen de la calidad literaria de Stephen King, en la que no voy a entrar (aunque Insólito esplendor, la novela que daba origen al film de Kubrick, está a a años luz de su producción posterior), la adaptación de Brian de Palma, en lo mejor de su carrera, es absolutamente modélica. Sensual, trágica, sin concesiones, Carrie es un verdadero puñetazo visual, lleno de invención, de movimientos de cámara suntuosos y de un puñado de interpretaciones maravillosas, con Sissy Spacek (una de las mejores actrices de su generación, injustamente postergada) y Piper Laurie, verdaderamente estremecedora, a la cabeza. Más enigmática que Vestida para matar y más ordenada y visualmente correcta que Sister y otras películas tempranas, Carrie es una de las mejores películas de su realizador, a la altura de Atrapado por su pasado. Por gustar, me gusta incluso la split-screen que se usa en la escena de la fiesta, esa pantalla dividida que poca gente ha sabido usar, a excepción, quizá, de Robert Aldrich. Una verdadera fiesta.