Desconocía la existencia de esta película, pese a la importancia de su destacado reparto y de su director, J. Lee Thompson, cuyas Los cañones de Navarone y El oro de Mackenna me gustaron mucho en mi infancia. Así que al descubrirla en una biblioteca pública, no dudé en hacerme con ella.

Está protagonizada por un Anthony Quinn que ya fue o sería posteriormente en el cine... griego, rumano, español, italiano, (pintor) francés, apache, árabe, huno, esquimal y -por supuesto- mexicano. Así que parece que sólo le faltaba ser un pastor vasco, y aquí lo tenemos en esta que nos ocupa, oyes :D

A la película, aunque se deje ver y tenga cierto encanto del cine de su época, me temo que el paso del tiempo la ha perjudicado. No convence demasiado debido a ser bastante defectuosa en varios aspectos, como la realización e imagen toscas (en alguna secuencia ni se ve bien lo que pasa), lo inconexo de la narración en algunos pasajes o la inverosimilitud y las muchas conveniencias del muy mejorable guion, ante todo. La salvan algo el carisma de los actores principales y la ambientación y localización de la historia, en ese periodo histórico y los Pirineos.

Como curiosidad, sorprende la crudeza de ciertas escenas (las que involucran al -casi siempre- psicopático Malcolm McDowell), casi insólitas en el cine del género (pseudo)bélico de su época. Y la presencia de Christopher Lee como patriarca gitano.