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España España · Cáceres
Voto de Tiggy:
7
Western Oklahoma, 1889. Unos hombres acusan injustamente a Jed Cooper (Clint Eastwood) de haber robado ganado y no dudan en ahorcarlo. En el último instante, lo salva un comisario que trabaja a las órdenes del juez Fentom. Aclarados los hechos y demostrada su inocencia, el juez aconseja a Cooper que olvide lo ocurrido y le ofrece un puesto como comisario. Su misión será capturar vivos a los que intentaron lincharlo para que sean juzgados por el juez. (FILMAFFINITY) [+]
26 de septiembre de 2020
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La película con la que Clint Eastwood fundó y dio renombre a su productora, la legendaria The Malpaso Company, tuvo una gran acogida entre el público por sus similitudes con el wéstern italiano del que el californiano aprendió tanto en sus cabalgatas con Sergio Leone en las inhóspitas tierras de Almería, pero mala para la crítica profesional por su estilo simple que dista de ofrecer algo nuevo a ese wéstern crepuscular cuyo año de oro se sitúa, precisamente, en 1968, con obras maestras de la talla de El hombre que mató a Liberty Valance (John Ford). Con más libertad creativa, Eastwood crea en colaboración con Ted Post (trabajaron juntos en la primera aparición de Eastwood en pantalla con la popular serie televisiva Rawhide en 1959) una película que confronta los devenires de la ley en un tiempo donde la civilización se estaba formando en algunos estados a raíz de la industrialización, de las nuevas tecnologías y comunicaciones ofrecidas por la migración masiva hacia tierras desconocidas y que no se consolidarían en todo el país de forma uniforme hasta principios del s. XX. En la Oklahoma de 1889 aún no estaba bien distribuida, razón con la que abre el filme de Post dándonos una secuencia tan cruda como injusta por parte de los heraldos de la justicia, ahorcando a un hombre inocente, tomándose la ley por su mano y guiados solo por instintos, cometiendo el primer error. El segundo sería no acabar el trabajo, por lo que el protagonista Jed Cooper (Clint Eastwood) es salvado y entregado al tribunal, sembrando el germen de la venganza redentora en el personaje de Eastwood que extendería a sus personajes en su paso a la dirección como El jinete pálido (1985) pero delimitado por la justicia, dándonos un boceto de su recordado personaje Harry Callahan en la saga de Donald Siegel. Post retrata el barbarismo de una civilización y, más importante, la hipocresía de los dirigentes legislativos en tres sencillos pasos que recorrerá un actor, más tarde uno de los mejores directores, durante su trayectoria cinematográfica.

Ted Post, experto en el wéstern desde su época en televisión, fue un fiel colaborador de Clint Eastwood, siguiendo incluso el legado de Siegel dirigiendo Harry el fuerte en 1973. Su apego por los wésterns hispano-italianos le lleva a esta Cometieron dos errores a parafrasear el estilo de Leone con los míticos primeros planos donde se observa la cara del Viejo Oeste, la cara de esos buscavidas andrajosos, reflejadas en un casting de actores bien escogidos como Bruce Dern que si bien son guiados por una excelente dirección de actores no consigue tanta tensión como en los filmes italianos por un montaje más americano, menos efectista. Por otro lado, Post deja de lado la figura de hombre amoral y misterioso que Eastwood se había forjado para ofrecer un trabajo de justicia poética, que delimita el móvil vengativo para ofrecer una visión misericordiosa, más cercana a la ética, construyendo a Cooper con el arquetipo de los wésterns clásicos con fijación en los heroicos personajes que solían interpretar Gary Cooper o John Wayne. Donde más se nota el apego por el spaghetti wéstern es, sin duda, en la banda sonora orquestada por Dominic Frontiere que imita las creaciones de Ennio Morricone, quedándose en el intento pero resultando lo suficientemente convincente para acompañar la sed de justicia de Jed Cooper.

Por regla general, los wésterns norteamericanos siguen el croquis de héroe y villano. Ted Post se olvida de ello, no habiendo ni buenos ni malos, simplemente hombres que creen hacer lo correcto, con diferencias cívicas en cuanto a la concepción de la justicia, enfrentando a la ley contra la ley. Este concepto se pone en escena desde ese maravilloso preludio donde Cooper, tras ser avasallado por los chicos del Capitán Wilson (Ed Begley), confiesa que él es abogado, que conoce bien los estatutos, pero siendo ignorado por la creencia del capitán de estar en lo correcto, comportándose casi como un camorrista y con lo que Post pone en entredicho la profesionalidad, extendida hasta día de hoy, de algunos agentes para desempeñar un trabajo tan noble como la protección ciudadana. Esto se refuerza con la puesta en escena del Juez Fenton (Pat Hingle), único encargado en su prefectura de administrar la Constitución, que sigue un comportamiento similar al de Wilson y sus chicos, aunque de una manera más cobarde, más hipócrita, más lejana y acomodada desde la protección de su despacho.

El morbo mediático también es un tema que toca gracias a esas inhumanas penas de muerte aplicadas en la plaza del pueblo, a la vista de todos, creando escenas que repetirían películas como Piratas del Caribe: En el fin del mundo (Gore Verbinski, 2007) representantes de la incivilización, de la apatía y el barbarismo de una sociedad en proceso de desarrollo. Post recrea a la perfección los finales del s. XIX con una escenografía cuidada, donde se pueden observar los resquicios de la época en las armas (la Colt. 45 Peacemaker que porta Cooper y que más tarde Eastwood otorgaría a Bob el Inglés en Sin perdón, 1992), la expansión de la industria en América explicada por Fenton mediante su ilustrativo mapa o la necesidad de tribunales supremos manifestada por el mismo en un sentimiento de culpa para hacer las cosas bien. El nivel interpretativo permanece en un alto nivel gracias al carisma y presencia de Eastwood en pantalla y unos secundarios de lujo que guardan el espíritu fordiano (de hecho, Ben Johnson, que interpreta al honorable sheriff Bliss, fue un intérprete habitual en la filmografía de John Ford), sin olvidar la estelar aparición como profeta loco de Dennis Hopper. Los personajes femeninos, muy importantes en el estilo argumental que acogería Eastwood en sus trabajos como director, aquí están representados por Inger Stevens interpretando a Rachel Warren, cuya subtrama paralela melodramática no importa a nadie, pero sí sirve como pilar sobre el que se apoya Cooper en su tesis sobre la verdadera justicia.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Tiggy
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