Presentar las zonas oscuras del comportamiento humano como si se diseccionase un coleóptero quizás tenga interés para algunas personas aburridas. Como el Haneke, que es un plasta de campeonato.

Como película, si obviamos el temita que trata, es inferior en calidad a un vulgar telefilme de sobremesa. Pero claro, pongamos algo perverso para que la gente flipe en colores. Lo típico de alguien que sería un inútil hasta con la cámara del móvil, pero que tiene un gran espíritu comercial y sabe las teclas que ha de tocar para que le hagan caso. No, si de eso Haneke sabe un rato. Y no sé lo reprocho, al final los plastas heredarán la tierra aunque no tengan talento.

Yendo al temita en cuestión, pues es un retrato de una perversión. Es tan frío que ni atrae ni incomoda. A veces aburre y a veces interesa, pero poco más. Todo dentro de esa mediocridad que abunda en gente culta, inteligente... pero sin un gramo de imaginación. Muy centroeupeo, en donde tanto lo sublime como lo escabroso lo tratan con una eficacia burocrática, pero sin ninguna gracia. Como un informe cualquiera, no está mal echarle una ojeada que no entusiasma pero tampoco molesta. Eso sí, cuando acabe puede guardarlo en un cajón. Que se llene de polvo, que es inútil y olvidable.

Hacer un retrato del diablo sin su parte atractiva y tentadora ni es retrato, ni es diablo.