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Voto de Gilbert:
9
8.0
3,115
Drama
Un anciano matrimonio reúne a cuatro de sus hijos, ya independizados, para comunicarles que están arruinados y los van a desahuciar en un plazo muy breve. Los hijos deciden entonces repartirse a sus padres: uno se queda con la madre y otro con el padre, lo que supone un duro golpe para los ancianos, ya que han vivido juntos toda la vida. (FILMAFFINITY)
5 de octubre de 2009
64 de 70 usuarios han encontrado esta crítica útil
Leo McCarey hizo esta película en una década en que empezaba, como algunas veces en la historia, a despuntar un valor en la sociedad: la juventud. Anteriormente el anciano era el depositario de la sabiduría. Pero empezó a despuntar el vigor y fuerza como virtudes sociales.
Las intenciones de McCarey son claras desde el pricipio. Te clava el cuarto mandamiento nada más empezar: Honrarás a tu padre y a tu madre.
Y luego te suelta una película preciosa en la que te sientes incómodo. No es nada maniquea. No pinta a la pareja de ancianos como perfectos. Son pesados a veces, una molestia otras, y nada diplomáticos. Como son los abuelos, vamos. Y tampoco dibuja unos hijos arpíos que quieren desprenderse de ellos a toda costa. Es más, podrían considerarse buenos hijos y todo. Lo que asusta precisamente es eso, que en familias con gente "buena" los pequeños egoísmos pueden dañar, y mucho.
Si ves esta película y luego te asomas al salón de su casa a ver a tu padre y tu madre sentados en su sitio de siempre, sentirás lo que dice el personaje de Thomas Mitchell: somos unos desagradecidos.
Eso sí, luego por la calle al primero que te pare le dirás: "¿La familia? Bien, gracias."
Las intenciones de McCarey son claras desde el pricipio. Te clava el cuarto mandamiento nada más empezar: Honrarás a tu padre y a tu madre.
Y luego te suelta una película preciosa en la que te sientes incómodo. No es nada maniquea. No pinta a la pareja de ancianos como perfectos. Son pesados a veces, una molestia otras, y nada diplomáticos. Como son los abuelos, vamos. Y tampoco dibuja unos hijos arpíos que quieren desprenderse de ellos a toda costa. Es más, podrían considerarse buenos hijos y todo. Lo que asusta precisamente es eso, que en familias con gente "buena" los pequeños egoísmos pueden dañar, y mucho.
Si ves esta película y luego te asomas al salón de su casa a ver a tu padre y tu madre sentados en su sitio de siempre, sentirás lo que dice el personaje de Thomas Mitchell: somos unos desagradecidos.
Eso sí, luego por la calle al primero que te pare le dirás: "¿La familia? Bien, gracias."