Ejercicio de terror opresivo que se combina hábilmente con subtramas en escenarios luminosos y despejados, lo que nos proporciona momentos de alivio amén de armar el tronco argumental. Una joven alquila una casa y encuentra que ya tiene un inquilino. Pese a las reticencia, finalmente comparten la vivienda sin saber que no es su compañero de piso lo peor que se va a encontrar.

Es todo un ejercicio de estilo tanto en su puesta en escena como en la presentación de personajes. Y no es casualidad que esté ambientada en la deprimidísima Detroit, cuyos depauperados suburbios son un personaje más. La escena con los policías nos habla del grado de abandono que sufre el lugar, y es usada como un pequeño alegato de denuncia. Es notable la progresión de la historia a medida que la trama avanza, y como sabemos que antes o después surgirá una amenaza, el guión juega a que sea el prejuicio del espectador el que lo adivine. Cuando las cartas se ponen boca arriba nos encontramos con otra película, entran en juego otros personaje y la lectura de lo que vemos cambia radicalmente.

No por ello pierde interés, pero algo de relax si nos entra; es la diferencia entre sugerir o directamente mostrar. Lo primero siempre acongoja más. El inteligente juego inicial se ve sustituido por una agresión explícita y visceral de horror físico. Nos llegan ecos de La Matanza de Texas e incluso de The Descent, ésta última solo por cuestiones estéticas. El título Barbarian se nos muestra más amplio de lo que parecía, al tiempo que se apela a recursos más propios el slasher barato en lo que es un tramo final que desfallece y decepciona. No era necesario, maldición, era una película de notable. Qué pena, porque la factura técnica es brillante, el diseño de producción muy bueno (ese aire decadente de los 70 combinado con los iphone) y las actuaciones están de nota. Lástimas de esas concesiones finales al cine de género más convencional.