Y es eso. Tan sólo eso. Nada más y nada menos que eso. Las dos horas veinte minutos que dura son pura magia, pura nostalgia, puro sentimiento, puro canto a la esperanza, a la amistad y a la vida. Con dos notables actores como Freeman y Tim Robbins (en el papel de su vida). Con un guión enorme que hace que todo encaje a la perfección. Y es que sin un gran guión seguramente no hubiera sido la obra maestra que es hoy. Porque películas carcelarias hay y muchas, pero una que sobresalga como ésta no creo. El final es de los mejores de la historia, épico. Para llorar y llorar. Y para nunca olvidar que la esperanza es lo último que se pierde.