Los médicos muchas veces somos también pacientes, y eso nos da otro punto de vista sobre las cosas.
Nos vemos vulnerables, tenemos miedo, somos imperfectos y tendemos a automedicarnos.
"Consejos vendo que para mí no quiero" es la frase que mejor nos podría acercar a esta persona vulnerable, hosca, tremendamente ambivalente y de casi imposible trato que es el Dr. House, el protagonista de esta notable serie.
Antihéroe por excelencia, House va a trabajar al Hospital cada mañana lleno de dolencias y hasta las orejas de analgésicos, pero es allí y en ese rol, de médico antipático, conflictivo y en cierto modo genial, donde el gran Hugh Laurie encuentra ese lugar bajo el sol que todos necesitamos para seguir vivos.
El mayor mérito de la serie, más que su rigor científico, que también es notable, aunque a veces las enfermedades sean excesivamente rocambolescas, es hacer creíble y hasta cercana y digna de cierto cariño a una persona tan compleja como el Dr. House.
Mi reconocimiento a los guionistas, que han sabido a lo largo de la serie no sólo contar historias interesantes, sino, sobre todo, ir construyendo un personaje tan difícil que es la piedra angular de esta historia.
Y ahora, las preguntas del millón: "¿Es el Dr. House un Síndrome de Asperger?". "¿Por qué una serie tan difícil de seguir, intelectualmente hablando, tiene ese gran éxito de público que tiene House?".
Yo, de momento, no me atrevo a contestar ninguna de las dos.