Haz click aquí para copiar la URL
Voto de cinedesolaris:
9
Drama. Musical Una noche de 1959, en París, un debilitado músico de jazz asombra a la clientela del club “Blue Note” con el elocuente sonido de su saxo. Fuera del local, un hombre demasiado pobre como para pagarse un vaso de vino lo escucha entusiasmado. Pronto, a ambos les unirá una gran amistad. Se basa en las vidas del pianista Bud Powell y del saxofonista Lester Young. (FILMAFFINITY)
18 de enero de 2023
Sé el primero en valorar esta crítica
En cierta secuencia de Alrededor de la medianoche (Round midnight, 1986), de Bertrand Tavernier, la cámara encuadra espacios vacíos, exterior e interiores de un hogar ya deshabitado. La voz de Dale Turner (Dexter Gordon), saxofonista de jazz que optó por trasladarse a París como si fuera un cambio que pudiera modificar, de modo constructivo, su propia vida, aunque un amigo le indicara que solo se encontraría consigo mismo, comenta cómo la creación de la música se asemeja al crecimiento de un árbol en el propio interior. En otra secuencia, sobre imágenes de barrancones, comenta cómo el Be bop es lo opuesto a la vida en el ejército en el que él sufrió palizas en las que su cabeza fue utilizada como batería. Dale siempre se ha desmarcado de las normas, de las direcciones preestablecidas, como en la propia música. Hay quien le dice que al oyente le resulta difícil seguir las notas de su saxofón, como si abocara a direcciones que se salen del convencional, y confortable, código de circulación. En otra secuencia, en una playa, junto a su amigo Francis (Francis Cluzet), comenta que la vida está dentro de nada. Y en la última secuencia junto a Francis, apunta que no hay amabilidad en el mundo. Dexter nos es presentado en blanco y negro, en una habitación de un hotel de Nueva York, en la que residirá en las últimas secuencias, cuando retorne a Nueva York con Francis. Es la misma habitación en la que murió su amigo Hershell, aunque él diga a Francis que no sabe si es la misma habitación, porque todas se parecen. Como las tres obras posteriores de Tavernier, La pasión Beatrice (1987), La vida y nada más (1989) y Daddy nostalgie (1990) es una obra en la que la muerte es presencia fundamental, como también lo es en obras como La muerte en directo (1979) o La carnaza (1995). Cuando se inicia la narración queda patente que comienza con un declive, una muerte anunciada. Dale ya vive en un estado fronterizo (como esa singular combinación de realidad y decorados, los diseñados por el gran Alexandre Trauner, de ese París que es tanto espacio real como idea), entre escombros de fatiga, asaltos a los límites mediante la embriaguez crónica y consciencia de la próxima llegada a la ùltima terminal de la vida, la muerte. Reconoce que se siente muy cansado. Ya no hay reposo para quien parece vivir, ya deshabitado, los pasajes de su progresiva autodestrucción. En un momento dado pregunta si queda en él algo que pueda ofrecer. Su único aliento vital es la música.

En esa fuga que es rechazo, entumecido con los vahos del alcohol, Dale encuentra en Paris otro refugio que tiene un sabor verdadero de cálida vida, la vigorosa y leal amistad con un dibujante entusiasta del jazz, Francis (Francois Cluzet). Ambos erran con los residuos de una familia rota. Francis, separado, vive con su hija. También vive a la deriva, como un náufrago que encuentra en la música de jazz la vibración vital que siente haber perdido. Nos es presentado escuchando la música de Dale, fuera del Blue note, a través de unas rejillas, dado que carece del suficiente dinero para pagar la entrada con la que poder disfrutar de los conciertos. Dale es su inspiración vital, inspiración que significa suministro de vida para quien siente que ha quedado aparcado en los márgenes de la vida. Su vida es ya un trazo borroso. Dale encuentra en Francis y su hija la restitución de su fracaso, esa familia que dejó atrás en el camino perdido entre los vahos del exilio de su arte. Este fantasma de espiritu quebradizo, por una vez, gracias a Francis y su hija, encuentra que sí hay generosidad en el mundo. Francis se convierte en protector de quien, una y otra vez, desaparece como figura a la deriva, cautiva del alchol, en las calles de París, como un desecho que se deja llevar por las corrientes. Francis decide convertirse en su ilusión de residencia, acogiéndole en su hogar, e incluso, para mudarse a un hogar con más espacio para los tres, pide un préstamo a quien, al romper con él, le dejó embarrancado en la vida. Por un tiempo, esa relación alienta la vida de uno y otro. Sienten una conexión y una raíz, al menos de modo pasajero.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
cinedesolaris
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
arrow