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España España · Barcelona
Voto de Cinezin:
8
Terror Desde tiempos inmemoriales, los proyectos residenciales del barrio de Cabrini Green en Chicago se han visto amenazados por la historia de un supuesto asesino en serie con un gancho por mano al que se invoca fácilmente repitiendo su nombre cinco veces frente a un espejo. Hoy, una década después de que la última torre de Cabrini fuese derruída, el artista visual Anthony McCoy (Yahya Abdul-Mateen) y su novia Brianna Cartwright (Teyonah ... [+]
31 de agosto de 2021
4 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Candyman es una obra cinematográfica que trasciende al terror, que lo transmuta regurgitándolo con los componentes sociopolíticos para convertirlo en un vehículo comunicacional de sentires y denuncias: la raza negra oprimida por la brutalidad policial y sus actos perversos dan sentido a un hombre de piel oscura con garfio por mano llamado Candyman, que desata el dolor de innumerables víctimas de raza negra. Sin embargo, para la directora Nia DaCosta su personaje comprende distintas pieles, con resortes multifacéticos, pero no duda en afirmar que Candyman debe entenderse igualmente como monstruo y villano, aunque su propósito sea deconstruirlo y responder la pregunta: ¿Cómo llegó allí y de qué es producto?

El filme, que transita con paso firme sin apenas cojear, reúne en el arte y en su artista el ritual de la seducción y la atracción del mal. Abdul-Mateen, quien hace las veces de protagonista, es un pintor que, sugestionado por el mito que espolea la tradición de Candyman, da rienda suelta a su creación, propiciando con el título de su obra: “Dí mi nombre” el advenimiento de, en apariencia, el rostro del mal. La galería de arte donde expone su obra, que constituye por sí misma un cuadro de falsedades e imposturas que sitúan en mal lugar a la industria, ofrece al anochecer, cuando todo el mundo ha abandonado el recinto, la primera afilada sonrisa de nuestro personaje, tiñendo la escena de rojo-sangre, cumpliendo satisfecho con el deber de su invocación.

En realidad, lo que DaCosta construye es una alegoría terroríficamente bella. Si miras al espejo y pronuncias cinco veces su nombre, Candyman no tardará en aparecer en el reflejo, lo que sin duda constituye un interesante juego: Candyman es la oscura refracción de una sociedad donde el terror confluye en todas partes a lo largo de la geografía americana, manifestándose en ámbitos diversos como el policial, el legal o el jurídico. Un terror, que, dicho sea de paso, se ejecuta unas veces de forma explícita a los ojos del espectador, y en otras, sintiéndolo de forma calmosa y fría, sin música, en lontananza.

En definitiva, Candyman no es un muestrario de asesinatos gratuito injustificado. Demuestra, más bien, que los monstruos no surgen del vacío, sino que existen causas y consecuencias. El largometraje acaba constatando, en la postrera y única escena que acaba resultando sobrecogedora, que el rostro de Candyman no es en realidad, el rostro del terror, son otros.

Lo bueno: El terror como pretexto de ambiciones de crítica social .

Lo malo: en contadas ocasiones logra llegar el terror al paroxismo. Carece de impacto.

Nota: 8/10

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