Lo cierto es que si no fuera por una serie de errores más que evidentes, podríamos hablar del mejor thriller de Michael Mann -sí, mejor que Heat, a mi entender-. Pero es que hay una serie de fallos que hasta el peor de los críticos sabría apreciar. Por ejemplo, la escena en la que Max habla por teléfono con Annie y le indica el piso exacto en el que se encuentra Vincent, estando a tantísimos metros de distancia, y teniendo en cuenta que si lleva gafas se deberá básicamente a que no tiene una vista de lince, resulta difícil de tragar. Como también lo es el hecho de que, seguidamente a esa escena, Vincent corte la electricidad del edificio y pese a ello, los ascensores sigan funcionando. Y si a todo ello le añadimos una serie de inverosimilitudes - que Vincent sea capaz de moverse tan rápido y campante después de recibir un tiro casi a la altura de la cabeza, entre otras-, la película pierde enteros, muchos enteros.
Y es una pena. Es una pena porque tenemos enfrente posiblemente al mejor Tom Cruise, impávido, indiferente y decidido, muy decidido. Pero también tenemos a un gran Jamie Foxx, del que destacaría sobre todo la escena en la que se hace pasar por Vincent: la facilidad con la que pasa de una expresión inquieta e indecisa a otra llena de seguridad y prepotencia es verdaderamente deslumbrante.
Y, sobre todo, hay que destacar esa especial atmósfera que, como es habitual en Michael Mann, llena la película. Los diálogos, la música, los planos...en fin, cualquiera que haya visto Heat o The Insider, sabrá de lo que hablo.
En definitiva, pienso que es un thriller imprescindible para quienes les guste el género, pero me da rabia pensar en lo que pudo ser y no fue, porque esta película habría sido mucho mejor de no ser por esos fallos tan mal disimulados y tan innecesarios.