Ese es el reto que propone esta gran película. Una notable interpretación de Sigourney Weaver en el papel de una madre tan fanática de su religión que demoniza hasta a su propio hijo por el hecho de ser homosexual, lo que en verdad (y en pleno siglo XXI tiene que estar mucho más que claro) es una elección y no una enfermedad. La historia está estupendamente contada y nos lleva a la reflexión de hasta cuando hay que darle importancia a la religión, a las "normas éticas de una buena sociedad", a toda esa basura que hace que mucha gente se reprima y se termine enfermando por no poder gritar a los cuatro vientos su verdad, su realidad. Es un peliculón, de las mejores de los últimos 15 años por lo menos. Es notable lo que transmite, cómo lo transmite y las reflexiones y lecciones que nos deja al terminar de verla. EXCELENTE FILM.