La belleza de esta película no estriba en sus imágenes (ya que no busca imágenes preciosistas) sí no en la lucha de una mujer por triunfar en lo que más ama en el mundo, el ballet, y para ello llega hasta las últimas consecuencias.

En este tormento que el espectador observamos la mayoría de las veces con la angustia de intentar ayudar a Nina en su lucha interior, en sus delirios, en su cerebro roto por llegar a la perfección en su profesión la lleva a romperse en su vida real. El espectador quiere ayudarla porque ve el sufrimiento en su cara y en su cuerpo.

Igual que en el ballet, el cisne blanco versus el cisne negro así juega el cerebro de Nina con una personalidad candida y buena y otra cruel y a la cual sólo le importa el ganar.

La parte final con la ejecución del ballet y las escenas del camerino son de cómo una montaña rusa difícil de digerir.

Natalie Portman tiene la capacidad de trasmitirnos todo el dolor de la lucha sin usar artificios, muchas veces simplemente con su mirada. Es muy complicado para una actriz aguantar tantos primeros planos como aguanta ella en está película. Probablemente será una de las veces que más cerca estará el Oscar (sí, por otras cuestiones, no acabará consiguiéndolo). Para ello cuenta con la ayuda de un Director tan inclasificable como genial denominado Darren Aronofsky.