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Voto de Migue Muñoz:
8
Western. Aventuras Después del asesinato de su padre, Mattie Ross (Hailee Steinfeld), una chica de catorce años firmemente decidida a hacer justicia, contrata los servicios del veterano agente del Gobierno Rooster Cogburn (Jeff Bridges), borracho y excelente pistolero. Así ambos se ponen en camino y entran en territorio indio para dar caza a Tom Chaney (Josh Brolin) en compañía de LaBoeuf (Matt Damon), un ránger de Texas que busca al fugitivo por el ... [+]
11 de febrero de 2011
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los Coen vuelven a realizar un trabajo meritorio para estar en la alfombra roja de galardones hollywoodienses, aunque en primera instancia parece que hayan perdido con esta adaptación de la novela de Charles Portis parte de ese intransferible punto de vista particular: tan cínico y fascinantemente cotidiano a ratos y surrealista en otros, que el espectador puede hallarse desubicado en su inicio.

Si al coger de nuevo el resultado global de su penúltimo trabajo ('Un tipo serio') observamos las bonanzas que aporta su punto de vista marcadamente masculino, al entroncar con la melancolía, la vulnerabilidad de la apetencia sexual, la perdida de valores y la búsqueda de respuestas en lo intangible y lo mágico que campan a sus anchas en gran parte de la novela contemporánea actual y en los mejores momentos cinematográficos de la última filmografía 'coeniana'. Con 'Valor de ley' el punto de vista muta hacia el absorbente relato de iniciación narrado por una mujer que a sus catorce años, se armó de auténtico coraje para adentrarse en los vericuetos de la venganza.

Por tanto, ya no estamos hablando de ausencia de moralidad y valores sino de afianzamiento en el valor del ojo por ojo bíblico y del descubrimiento de la verdad vital por el camino que nos dirige a la madurez y el territorio sombrío del ser humano adulto: extrañeza ante la presencia del tuerto vejestorio beodo Rooster Cogburn (un Jeff Bridges más doloroso, patético y sombrío que John Wayne).

De este modo, con todas estos conflictos de intereses y carácteres en disputa pero bajo un mismo objetivo, los Coen amplifican, en comparación a la película crepuscular y nostàlgica de que rodó Hathaway a finales de los sesenta, la desubicación de los personajes, así como aumentan la sombra de sus pesadas existencias, su languidez y lo cubren todo con el velo de un relato menos clásico en la exposición y descripción (los Coen no dilatan tanto y eliden muchos momentos: prefieren la sugestión a la explicación) y terminan mostrando, no sólo la muerte definitiva de los cánones clásicos del género al que no homenajean, sino su tratamiento en aras de un alcance sensitivo más acorde, esta vez sí hacia sus matices característicos de su universo como autores: lírica onírica, fábula sombría, y tragedia salpimentada con ingenio negruzco.

La película habla de la muerte, de como asumirla y como superarla. Comienza delante de un ataud y termina delante de una tumba. Una adolescente acepta esa defunción, ese fín, y se responsabiliza de alcanzar el inicio de la fase siguiente. Al igual que los Coen se alejan de la nostalgia lumínica, diurna, naturalista e impresionista de la adaptación de Hathaway; aceptan la muerte de los cánones clásicos de la edad de oro del western; admiten el óbito y se adjudican la necesidad de virar todo de negro, de leyenda oscura y con ínfulas menos reales y tangibles, aunque con un humor más abstracto: más post-humor y nada de carcajadas.
Migue Muñoz
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