Cualquier corrala de Lavapiés o patio de vecindad ofrece mil aventuras que contar en el celuloide.
Esta historia de Nueva York me acerca y me aleja de Hitchcock.
Me acerca porque entiendo la frustración de la inmovilidad obligada.
Pero me aleja porque su película fuerza la situación hasta términos poco plausibles.
También resulta lenta.
Y apenas la trama amorosa y la urdimbre policíaca consiguen alcanzar ese nivel de valoración máxima que se le suele atribuir.