Es muy legítimo mantener cualquier tesis, cualquier tendencia de pensamiento y cualquier línea política o social pero cuando alguien se enfrenta al reto de hacer una película no cabe olvidar dos preceptos fundamentales.
El primero es que en una película se debe utilizar el lenguaje cinematográfico y no emplear el novelesco, el de ensayo o el literario.
El segundo es que hay que dotar a la historia una capacidad de fabulación sustantiva y que no basta con el simple enunciado de los postulados que se sustentan.

Valoramos la buena voluntad de Vidor, la defensa de sus ideas pero es inevitable no descubrir todo el maniqueísmo que encierra su largometraje de tintes melodramáticos, su espíritu simplificador, la escasa adecuación psicológica de los personajes (sobre todo en el caso de P. Neal) y el burdo giro desde el nihilismo inicial hasta la defensa de sus postulados como si de un espurio ejercicio filosófico se tratara.

No merece la fama que le precede.