Lubitsch se encontraba a gusto en ambientes suntuosos, sabía contar con destreza historias de lujo y disfrutaba entre áulicas paredes llenas de elegancia y distinción.
Se nota en esta póstuma producción en la que lo lúdico, lo romántico, lo bélico, lo musical y lo cómico se combinan para hacer fintas al destino y que unos caprichosos relojes puedan modular el pasado y el presente a su antojo.

La parte final -¿será la debida a la firma de Preminger?- decae de forma ostensible y hay quien lo atribuye a que el director ucraniano nunca terminó de aceptar los planteamientos del berlinés.

Pero vaya usted a saber cuál es la verdad.