J. Losey toma el texto de B. Brecht y lo traslada a la pantalla con evidente buena voluntad y con actitud reivindicativa.
Desde el punto de vista conceptual la película cumple bien su cometido pero desde el punto de vista cinematográfico la adaptación adolece de un evidente sentido simplificador que tiende a lo anecdótico y resta entidad dramática.
Pero como se admite de buen grado la pertinencia de la tesis y su evidente valor teórico, al espectador no le cuesta aceptar el planteamiento y se siente a gusto con la propuesta.
También hay que reseñar destellos de brillantez formal, como el trío infantil que se intercala en las transiciones y, en general, la pulcra ambientación.