Timothy Spall y Phyllis Logan se reencuentran una vez más en la gran pantalla con un film –muy– británico. Con una fotografía y una banda sonora cuidadas y cohesionadas, la película dirigida por Gillies MacKinnon resulta un viaje de lo más emotivo y emocionante.

Testarudo pero tierno. Así podría definirse a Tom, el protagonista. Con un objetivo claro en mente, deja todo lo que ha conocido los últimos cincuenta años y pone rumbo al sur del país, a Land’s End. A pesar de ser un hombre muy mayor, de noventa años, vulnerable y algo desvalido, encuentra fuerzas para seguir adelante.

Es innegable la exquisita interpretación de Spall, quien dota de una profundidad a Tom. De primeras, parece un señor enfurruñado, hasta que encuentra a un niño pequeño en el bus, y le saca una sonrisa, al igual que al público. Y de la misma manera hace con todas las personas que se encuentra. Su bondad y buena fe te encandilan.

Por otro lado, la música y las localizaciones escogidas otorgan una ambientación y un color nostálgico y conmovedor al relato. Consiguen alinear fondo y forma para acabar de dar calado a la trama y a este peculiar y enternecedor personaje, con lo que logran llegar al corazón del espectador e incluso a la lágrima de aquellos más sensibles.

El inglés que cogió la maleta y se fue al fin del mundo no cuenta nada nuevo. Hemos visto otros duelos a través de roadtrips con anterioridad. ¿Un ejemplo? Up, sin ir más lejos. Sin embargo, la interpretación de los actores y actrices, la música y esos paisajes melancólicos tan bien seleccionados, encandilan y dejan un buen sabor de boca, mientras despliegan una tierna historia sobre el amor, el respeto y la perseverancia.

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