Trainspotting está basada en el libro del mismo nombre de Irvine Welsh. John Hodge, el guionista de este film, consigue plasmar los dos principales objetivos temáticos de la novela: por un lado, mostrar el proceso de enganche y desenganche de una droga tan peliguada como la heroína, cómo afecta a tu círculo más cercano y a tu desempeño social y cultural; por otro lado, realizar una crítica hacia el recorrido social preestablecido por antonomasia de estudiar, trabajar, casarse... una llamada al pensamiento individual. Lo ejemplifica en las drogas, que puede suponer también una huida voluntaria o involuntaria de todo ese moldeado trayecto sociocultural.

Tras las huellas argumentales que deja la novela queda lo más difícil: adaptarla a la gran pantalla. El resultado, una fresca dirección cincelada sobre un montaje ágil que permite un ritmo paralelo, una dirección artística acertadísima, un manejo del sonido de igual impacto, una banda sonora tan arriesgada y ecléctica (música clásica, rock y electrónica cohexisten mutuamente) como adecuada, una puesta en escena absolutamente descomunal y una ambientación deslumbrante.

Mención más especial en el plano estético y direccional a las escenas surrealistas de los cuelgues (la taza del váter o la alfombra que se hunde), genialmente ideadas y a la escena del "mono" de Ewan MaGregor en su cuarto. Fenomenales. Por cierto, a propósito de Ewan, muy buenas actuaciones del elenco de actores en personajes realmente difíciles de interpretar. Son personajes de autor, responden a sus fabulaciones. Son muy extravagantes. Sin duda, esa dirección de actores es otro punto fuerte del film.

En definitiva, Trainspotting es un viaje de puta madre. Una película de mucho talento, ritmo y electricidad.