"Los paraguas de Cherburgo" fue seguramente revolucionaria en su momento, pero hoy es un film equilibrado que ha envejecido muy bien. La película supone adaptar la ópera al lenguaje cinematográfico, conmueve sin empalagar, es colorista sin estridencias, y deslumbra en su sencillez. Jacques Demy crea un ambiente onírico y de fábula, pero nos resulta fácil identificarnos con los personajes. Y es que, más allá de la entrega de los actores y de la elegancia de los movimientos de cámara, "Los paraguas de Cherburgo" es un cuento aparentemente simplón, pero termina resultando cercana gracias a su concisión narrativa. El metraje apenas alcanza la hora y media, pero es que Demy no necesita más. Cualquier director que hoy quisiera hacer esta película la estiraría a dos horas y media mínimo, añadiria una docena de personajes y un buen puñado de subtramas. Así, la espectacular puesta en escena contrasta con un estilo espartano en la forma de hacer avanzar el relato, con elipsis abruptas que dan crudeza y verosimilitud al argumento. Y así hasta un desenlace que, aunque "de amor sólo se muere en las películas", queda marcado en el recuerdo, como cicatriz imposible de borrar. Gran película