Gran película por la que no parece pasar el tiempo. La historia está muy bien pensada. Y muy bien rodada. A mí me ha recordado los reportajes de Félix Rodríguez de la Fuente que veía cuando era niño.

Aparentemente, son sólo cuatro amigos que van de caza. Sin embargo, hay todo un universo de represión y venganza. El pez grande se come al chico. No es gratuito que se trate de cazar conejos en una pradera semidesierta donde sólo hay matojos, piedras y madrigueras. Se trata de cazar con ensañamiento, de quitar la vida del animal sin apenas dejarle una oportunidad. Se trata de aniquilar. Y luego, eso sí, sacar pecho delante de una cámara de fotos. Con un par. Y, sobre todo, es un juego macabro. Ese grupo de cincuentones acomodados, vencedores de la Guerra Civil que asoló el país años antes (“¿qué guerra?”, pregunta el infeliz Enrique) disfruta de un día de asueto masacrando animales en un lugar en donde, años antes, otros ciudadanos menos afortunados también cayeron como conejos…

Saura lo describe a la perfección, sin grandes efectos técnicos ni alambicadas maneras de contar la historia. Huye de lo explícito, pero todo se nos muestra de una manera evidente. Los personajes no han sabido superar una guerra, y mantienen una amistad artificial y enfermiza. Eso sí, los ganadores de entonces siguen siéndolo ahora, aunque todos ellos sean herederos de un odio crónico. La crítica social se hace evidente no sólo en el contraste entre los personajes (cazadores-criados) sino en los detalles más nimios. Es espeluznante cuando Enrique (Emilio Gutiérrez Caba), no sin candidez, le dice a Carmen (Violeta García) que estaría muy guapa si se arreglase. Qué hijo de ....

Puedes verla en invierno, te morirás de calor. Puedes ser abstemio, te emborracharás tú también viendo cómo los personajes no dejan de beber. Todo contagia. Al final, es posible que te entren ganas de coger una escopeta y liarte a tiros. Quién sabe. Pero cuidado. Quizá para entonces los conejos o las ratas ya dominen el mundo. Quizá sería mejor...