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Voto de Raven:
7
7 de mayo de 2020
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sidney Lumet es bien conocido por sus adaptaciones al cine de novelas (Veredicto final, Serpico, Asesinato en el Orient Express) habiendo dirigido además la que es probablemente la mejor adaptación de una obra teatral y una de las mejores películas de la historia, Doce hombres sin piedad. Pues bien, veinticinco años después de esa pequeña joya del cine, Lumet se atrevía de nuevo con una obra de teatro, esta vez de Ira Levin (La semilla del diablo) que se prestaba a ser llevada a la gran pantalla, sobre todo si es de la mano de las interpretaciones de un siempre genial Michael Caine y un correcto Christopher Reeve que la rodaba entre Superman y Superman.
Orquestada a través de una puesta en escena que respeta profundamente su carácter teatral, La trampa de la muerte es, precisamente, una trampa para todos los implicados en ella, desde los personajes que la protagonizan hasta los propios espectadores, con los que se juega constantemente haciéndoles creer cómplices de una trama mediante una falsa omnisciencia que se retorcerá varias veces a lo largo del metraje. Así, la película recuerda inevitablemente a la extraordinaria La huella (Mankiewicz, 1972) con la que comparte más de una coincidencia: repite Caine en el reparto, está basada en una pieza teatral y su desarrollo es un continuo juego de engaños. Y es que ya desde el afiche –un cubo de Rubik en el que están atrapados los tres protagonistas- se nos advierte que el intrincado galimatías que vamos a ver es digno del mismísimo Lubitsch, que siempre sacaba una vuelta de tuerca más de donde no la había.
Orquestada a través de una puesta en escena que respeta profundamente su carácter teatral, La trampa de la muerte es, precisamente, una trampa para todos los implicados en ella, desde los personajes que la protagonizan hasta los propios espectadores, con los que se juega constantemente haciéndoles creer cómplices de una trama mediante una falsa omnisciencia que se retorcerá varias veces a lo largo del metraje. Así, la película recuerda inevitablemente a la extraordinaria La huella (Mankiewicz, 1972) con la que comparte más de una coincidencia: repite Caine en el reparto, está basada en una pieza teatral y su desarrollo es un continuo juego de engaños. Y es que ya desde el afiche –un cubo de Rubik en el que están atrapados los tres protagonistas- se nos advierte que el intrincado galimatías que vamos a ver es digno del mismísimo Lubitsch, que siempre sacaba una vuelta de tuerca más de donde no la había.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Esto es así porque el filme de Lumet es, en todo momento, una reflexión autoconsciente, un ejercicio de metacine o metateatro que hace uso de una puesta en abismo que no concluye hasta el final, cuando descubrimos que llevamos viendo la obra de una obra de otra obra. Este divertido malabarismo narrativo, consecuente y bien llevado, nos va dirigiendo a su antojo, de tal modo que cuando nos identificamos con un personaje, un nuevo e imposible giro nos reconduce y trastoca la historia, que refleja las arteras estratagemas de un ambicioso escritor de éxito venido a menos que hará lo que haga falta por lograr lo que pretende: relanzar su carrera y mantener su reputación -aun a costa de la obra de otro-, y conseguir la herencia de su esposa –así le cueste su vida-.
Es de destacar que en los largos planos-secuencia que tejen la película haya momentos para el humor e incluso el terror (más de uno se llevará algún que otro susto) sin olvidar que estamos frente a la destartalada historia de dos desaprensivos homosexuales y una vidente de singular astucia, todos ellos a las órdenes de un director de marionetas con verdadero talento que nos ha hecho disfrutar de buen cine durante años.
Es de destacar que en los largos planos-secuencia que tejen la película haya momentos para el humor e incluso el terror (más de uno se llevará algún que otro susto) sin olvidar que estamos frente a la destartalada historia de dos desaprensivos homosexuales y una vidente de singular astucia, todos ellos a las órdenes de un director de marionetas con verdadero talento que nos ha hecho disfrutar de buen cine durante años.