Drácula llega como una verdadera aplanadora estética. Busca tanto la impresión visual de sus decorados, sus maquillajes y sus ritmos frenéticos que por momentos cae víctima de su propia trampa aunque su visionado no cae en el grotesco. Coppola es un apellido y ha buscado varios más para hacer de esta peli un verdadero tanque, si bien se resiente el exceso de ciertas formalidades.

El respeto por la obra de Stoker es palpable, incluso el homenaje a la peli muda de Nosferatu se deja ver en varios pasajes como cuando Drácula se levanta de su tumba en el barco o ciertos contextos que se asemejan mucho a los de su predecesora. No obstante, existen novedades que deben resaltarse: aqui aparece el uso de efectos especiales utilizados especialmente para las transformaciones y el tono de la peli por momentos roza, nunca cae pero sí la mira de reojo, a una versión curiosamente parodiada de la historia. Existen elementos cómicos que me temo no son buscados sino que, nuevamente, buscan homenajear las viejas versiones; el problema es que actualmente ese uso de los ritmos y las apariciones fantasmales histriónicas van en desmedro de esta obra moderna, porque hacen trastabillar un tema que si bien es muy fantasioso nunca es tomado para la risa.

Salvo Reeves, que patina a más no poder dentro de su papel pseudo teatral, los demás están bien y resalta especialmente la labor de Gary Oldman. Pero, ay, a veces el respeto de ciertos elementos clásicos puede actuar en contra del goce del espectador, como sucede en esta nueva y pomposa Drácula.