Outlander es más una peli fanática de las obras de caballerías que un film sustentable desde sus propios medios. Busca cierta renovación en las tramas tópicas del género, pero en vez de generar nuevas fuentes combina las ya conocidas con la ciencia ficción. El resultado es un híbrido extraño encarrilado curiosamente entre Alien y el poema anónimo Beowulf.

Percibo en la obra de McCain un deseo caprichoso, un fervor por construir algo propio pero demasiado apegado a ciertas historias que revoloteaban por su cabeza al generar su peli. Esa mezcla entre vikingos y soldados futuristas puede resultar singular, que no necesariamente funcional, pero flaquea a la hora de mostrar cohesión puesto que Outlander parece un collage de guiños pasados. Es tan evidente como la cantidad de subhistorias laterales a la trama principal (los bichos: la cría y el mayor, como en Beowulf). Mientras intentamos descubrir la naturaleza de esa criatura nos tratan de explicar la situación de esa tribu; mientras lo hacen aparece otra tribu con su propia historia y por si esto no fuera poco el protagonista arrastra su propio pasado a contar. Demasiado para desarrollar en muy poco tiempo, algo que la peli termina por sufrir, cada historia termina con un brusco corte elíptico para que la siguiente también sea atropellada.

Finalmente, así como la trama presenta problemas estructurales el montaje presenta, significativamente, rollos similares: los segmentos de acción son demasiado torpes, la cámara no se sitúa, más bien busca en pleno proceso la mejor toma para mostrar. El resultado es una sucesión de eventos asincopados que dañan el fluir narrativo de una película amena, porque logra cierta simpatía, pero decididamente muy desprolija.