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Chile Chile · Santiago
Voto de wambo:
10
Aventuras. Drama Karamakate fue en su día un poderoso chamán del Amazonas; es el último superviviente de su pueblo y vive en lo más profundo de la selva. Lleva años en total soledad, que lo han convertido en "chullachaqui", una cáscara vacía de hombre, privado de emociones y recuerdos. Pero su solitaria vida da un vuelco el día en que a su remota guarida llega Evan, un etnobotánico norteamericano en busca de la yakruna, una poderosa planta oculta, capaz ... [+]
28 de julio de 2016
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Basada en las anotaciones de dos exploradores que se hacen llamar científicos, Guerra construye un relato alucinante, en donde tal cual viaje, deleita con una cosmovisión ancestral y ajena al hombre blanco, impregnada de la sabiduría de la Selva.

La película cuenta dos historias en dos épocas distintas: La primera, sobre el etnólogo alemán Theodor Koch-Grünberg, quien, gravemente enfermo, es llevado por su asistente Manduca a buscar la ayuda del chamán Karamakate, conocedor de los secretos de la yakruna, la flor de una planta sagrada de su pueblo.

La otra ocurre décadas después y es acerca de Richard Evans Schultes, un científico estadounidense quien también va tras la yakruna luego de conocer los diarios de Theodor, e impulsado por el contexto de su época.

Mediante Karamakate -el chamán- ambas historias convergen y se van desarrollando. Los vacíos argumentales en El abrazo de la serpiente no existen justamente por este recurso brillante que hace de la película en toda su extensión, exquisita y absorbente. Karamakate es alma que hace palpitar el corazón mismo de la historia.
Un auténtico ensayo audiovisual

De una manera sutil pero de calidad y elegancia, Guerra expone porqué al hombre blanco solo se le adjudica ese color por la piel (y nada más).

Por un lado, los señores del caucho mataban y explotaban al aborigen como si fueran bestias para el beneficio personal y en nombre del dinero; por otro, las misiones católicas se encargaban de aniquilar pueblos por un bien mayor. Por la voluntad y en el nombre de Dios.

Así, toda lengua aborigen era considerada la lengua del demonio. Los niños debían llevar nombres bíblicos y vestir a la usanza cristiana. Debían hablar, pensar, cantar como el hombre blanco, máximo redentor de los que se han privado de conocer la Palabra.

El sincretísmo cultural no se daba en esta parte abandonada del mundo (como sí se dio en latitudes más australes). Al menos no de manera dogmática, sino más bien para endiosarse. Se acababa desde adentro con una cultura -que como tantas otras- tenía su propia tradición que cantar pero que, sin embargo, nunca se oirá.

¿Dónde está la verdadera genialidad de la película? No está en su fotografía (que por cierto es preciosa). Tampoco en su guión (magnífico). Menos aún en sus locaciones (majestuosas). La verdadera genialidad -y que la consagra como obra maestra- es que está hablada en más de un 95% en la lengua de los aborígenes. Esto no sólo le da un bello toque de distinción, sino que además es, de alguna manera, una forma de entonar esa canción prohibida por el colonialismo de un pueblo sojuzgado, que permanece sin ser oído; de esa tradición ancestral casi extinta. El último grito de américa directo desde algún lugar de la Selva colombiana.

La genialidad de Guerra queda reflejada precisamente aquí, en lo lingüístico, ya que no deja pasar por alto las barreras del idioma en la construcción de su ficción. Hay un trabajo loable de los actores de empaparse culturalmente, rompiendo así con el método Hollywood. Me explico:

Durante toda la historia humana ha existido un constante trabajo intelectual por parte de diferentes civilizaciones para aprender a hablar el idioma del otro. Esto, que es tan obvio, suele “solucionarse” con un personaje secundario que las hace de traductor y que únicamente está ahí para hacer más verosímil la historia. Aquí no. Hubo preparación para abordar la comunicación entre las partes, con un debido aprendizaje por parte del elenco que dio como resultado un guión que desarrolla un estereotipo diferente del blanco al que estamos acostumbrados: ya no se trata del explotador, indolente y sádico, que se comunica por medio del látigo y privaciones (el que tan bien interpreta Klaus Kinski en las cintas de Werner Herzog); sino la de un hombre letrado, culto; que aprende el idioma en busca del conocimiento que permita perpetuar una cultura ya casi extinguida.

Un deleite visual

El resultado es tan espectacular, que de alguna manera increíble, Guerra demuestra que no era tan loco después de todo privarnos de los colores de la selva, pues lo consigue mediante un trabajo a dos tonos impecable; que sin pretenderlo probablemente, evoca el trabajo fotográfico del peruano Martín Chambi. Porque a ratos, la película nos regala verdaderas postales maravillosas. A lo Chambi.

El abrazo de la Serpiente decanta la sustancia misma de la selva: como evocadora de locura, de desquicio y enfermedad para el hombre blanco. Y como fuente emanadora de sabiduría y vida, para el aborígen.

Imposible no evocar a las películas de Herzog. Sea Aguirre la ira de Dios, por los paisajes y las eternas navegaciones por el Amazonas; Cobra Verde, por ese vestigio a colonialismo; y Fitzcarraldo, por el negocio del caucho y la hipocresía.
wambo
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