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Voto de ANDRES QUINTERO:
8
Drama Nina (Natalie Portman), una brillante bailarina que forma parte de una compañía de ballet de Nueva York, vive completamente absorbida por la danza. La presión de su controladora madre (Barbara Hershey), la rivalidad con su compañera Lily (Mila Kunis) y las exigencias del severo director (Vincent Cassel) se irán incrementando a medida que se acerca el día del estreno. Esta tensión provoca en Nina un agotamiento nervioso y una confusión ... [+]
21 de marzo de 2011
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aronofsky es un director extremo, obsesivo y desbordado. Esas características solo pueden provocar una de dos cosas: atracción o repulsión. Cisne Negro, su última película, es una muestra irrefutable de lo anterior. La forma como se nos cuenta la historia de Nina (Natalie Portman) una bailarina obsesionada con el rol protagónico que le han dado en el Lago de los Cisnes, puede parecernos un juego que abusa de los absurdos o puede parecernos el relato fascinante de una mujer expuesta a los tormentos de un carácter que no está a la par de su enorme talento.

Pertenezco al grupo de la segunda percepción. Cisne Negro es un drama sobrecargado que se da el lujo de bordear el terror sin caer en las caricaturas de uno y otro género. A Aronofsky le va bien lo que en otros directores pudiera ser un empalago. Y le va bien porque es un maestro del ritmo, porque se deleita traslapando realidades y ficciones para que sea el espectador el que tenga que decidir que pasó y que no pasó en esa trama de sucesos y alucinaciones tejida con la misma intensidad narrativa.

Cisne Negro es una película tumultuosa pero no atiborrada y eso se debe a la capacidad sorprendente de Aronofsky de jugársela sin límites, de ser, a diferencia del personaje encarnado por la Portman, un torrente creativo encauzado por la disciplina pero, también, desbordado por esa genialidad primaria que catapulta al talento haciéndolo destrozar los moldes mediocres de la perfección contenida.

Fascina en el Cisne Negro la forma como la cámara sigue a Nina casi clavándosele en la nuca; perturba la mirada de la madre y asusta la sensual presencia de su compañera Lilly (Mila Kunis) que se desliza entre la muerte, el deseo, la rivalidad y el reconocimiento. Aronofsky siempre bordea el riesgo de la pesadez y de la insensatez pero un ritmo envolvente lo impide y gana, por fuera de todo canon, un relato que se da el lujo de echar mano de no pocos clichés (la mano repentina que asusta, las luces que se apagan, las puertas al borde ser forzadas….) y pese a ello atrapar de principio a fin. Tan contundente es el relato del Cisne Negro que Aronofsky se permite, después de un suspense que anunciaba otro desenlace, un final cuasi épico que recuerda la escena final de Billy Elliot. Sumida en la decepción amorosa Odette, aún cisne, se lanza al vacío para encontrar en ese sacrificio el amor esquivo de Sigifrido. En la escena cumbre Nina hace suya por fin la recomendación insistente de su director (Vincent Cassel): para alcanzar la perfección hay que sumarle al talento disciplinado la desmesura de la pasión.

Faltándome por ver dos o tres de las nominadas al Oscar como mejor película, mi estatuilla habría sido para el Cisne negro. No tiene la corrección impecable del Discurso del rey pero tiene, a mares, el impulso vital que le faltó a la cinta inglesa galardonada por la Academia.
ANDRES QUINTERO
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