Si un alumno está acostumbrado a sacar matrículas de honor y sobresalientes y un día saca un notable, se considera un pequeño bajón. Esto es lo que pasa, a mi modo de ver con esta película.

Está considerada como la continuación de la Trilogía de la caballería, y se adentra de lleno en la Guerra de Secesión americana.

El argumento trata de un coronel del ejército de la Unión (John Wayne) estricto, rocoso, que recibe la orden de adentrarse en territorio enemigo, los confederados del Sur, y destruir la línea del tren, dejando desabastecido el Sur para poder avanzar militarmente y obtener ventaja de cara a ganar la guerra. Le asignan a un cirujano militar (William Holden) cuya única preocupación es curar a los heridos. Evidentemente, habrá roces entre ambos. Por el camino topan con una rebelde sureña (Constance Towers) que intenta revelar los planes al enemigo.

Bajo mi punto de vista, el mayor acierto es el personaje del cirujano, un militar atípico. A través de este personaje, Ford dibuja el sinsentido de la guerra, y como se ha dicho, un cierto alegato antibelicista.

Eso sí, Ford retrata como nadie las diferencias Norte-Sur con su capacidad habitual de emocionar. En este sentido, es emocionante cuando los “yankees” llegan a Newton, y el desprecio que reciben de los sureños, arrojándoles tierra a su paso.

Esta ambientación de Newton y la posterior carga son brillantes. Parece calculado, pues se produce justo a la hora de metraje.

Pero Ford es grande porque en una película suya que, no siendo de las mejores, nos deja momentos grabados en la retina. Es impactante la carga de los cadetes del sur, apenas unos niños, se pone la piel de gallina, por mucho que Ford intente edulcorarlo con un pequeño toque de humor.

No es de las mejores de Ford, pero recomendable. Explica como pocas la Guerra Civil en Estados Unidos.

En su estreno fue un estrepitoso fracaso comercial. Afortunadamente, hoy podemos valorarla en su justa medida.