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Voto de Sociotecólogo:
10
7.0
162
Drama
Jorge Eliécer Gaitán, líder liberal y candidato a la presidencia de Colombia, es asesinado en Bogotá el 9 de abril de 1948: su muerte conmociona al país. Los seguidores de Gaitán toman las calles de la ciudad exigiendo castigo para los culpables, se producen entonces saqueos, desordenadas manifestaciones y enfrentamientos con la fuerza pública. Los francotiradores se hacen fuertes en distintos puntos de la capital colombiana. El ... [+]
28 de junio de 2014
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
CONFESIÓN A LAURA
Tal vez sea la mejor película colombiana de la historia, algo no tan difícil si tenemos en cuenta la pobreza argumental, la impericia técnica y la falta de ambiciones de la gran mayoría de los largometrajes producidos en nuestro país. La historia es simple pero contundente. Bogotá, 9 de abril de 1948. El magnicidio de Jorge Eliecer Gaitán ha desatado el caos en la ciudad. Santiago, un hombre que supera los cincuenta años, se ve confinado a permanecer en el apartamento de Laura, su vecina solterona, quien se desempeña como profesora. El hombre, un gris empleado público, descubre gracias a Laura un nuevo impulso vital, por medio del cual será capaz de protagonizar un inesperado viraje en búsqueda de algo que vaya más allá de los límites trazados por un matrimonio rutinario, un trabajo mediocre y una vida estancada en las lodosas tierras del conformismo. Contado de esta manera, la película no parece ser la gran cosa. No nos llamemos a engaño. Pese a su contención, es una de las historias de amor más conmovedoras jamás filmada, quizá a la altura de Una jornada particular, de Ettore Scola o Make way for tomorrow, de Leo McCarey. No, no es un exabrupto. Si un meteoro estuviese a punto de caer a la tierra y solicitarán a cada uno de los países salvar sólo una de sus películas para ser transportadas a otro planeta, Confesión a Laura debería ser la escogida, aún por encima de verdaderas joyas como La estrategia del Caracol, La vendedora de Rosas o Tiempo de Morir (películas que con todos sus defectos y fallas, tienen para mí un inmenso significado), u otras evidentemente sobrevaloradas, como Los viajes del viento o El Colombian Dream.
Pese a esto, Confesión a Laura sigue siendo, desafortunadamente, un filme poco conocido, algo que no es tan extraño si tenemos en cuenta que su historia se basa exclusivamente en una larga conversación sobre la vida cotidiana de seres anónimos, en una desencantada reflexión sobre el paso del tiempo y las oportunidades perdidas. No hay escenas de violencia gratuita o sexo desenfrenado. No existe una banda sonora memorable o innovadora. La fotografía es más bien oscura. El trabajo de cámara no se caracteriza por sus arriesgadas tomas sino que al contrario, descansa en enfoques planos y convencionales. En definitiva, es una película que, al igual que gran parte de las obras capitales del cine, confía más en su fondo que en su forma. Tal austeridad habla mejor que nada de la incipiencia de nuestra industria cinematográfica, pero también del desmedido amor que hacía el cine profesaban unos cuantos quijotes, hombres y mujeres que se entregaron en cuerpo y alma a fungir de cineastas en un país y una sociedad que poco interés le prestaba al bellísimo arte de los hermanos Lumiere.
Pero si bien es cierto que los aspectos técnicos de la película son fallidos, otra cosa sucede con las actuaciones, la dirección y el guión. Vicky Hernández, cuya trayectoria es de sobra conocida por cualquier colombiano, le otorga a Laura una dulzura poco habitual en el cine nacional, repleto más de caricaturas que de verdaderos personajes. Su Laura, sutil, natural y atravesada por una profunda humanidad que es posible descubrir en los actos más simples, constituye un hermoso descubrimiento, un soplo de aire fresco en una cinematografía frecuentemente acostumbrada a hacer de la violencia y la deshumanización su mito fundacional, su absoluto, su deber ser.
Gustavo Londoño, un maravilloso actor que marcó un derrotero en la historia de la televisión nacional, realiza el papel de Santiago, un hombre hostigado por su mujer, Josefina (María Cristina Gálvez), quien vive justamente al frente del apartamento de Laura. Josefina ha enviado a Laura un pastel para celebrar su cumpleaños número 45. Pero Santiago, quien ha sido el encargado de llevar este presente, no puede salir del apartamento de Laura debido a que el caos se ha desatado en la ciudad y los francotiradores del gobierno se han situado en los techos de las casas prestos a disparar a todo lo que se mueva. Londoño presta a Santiago la serena tristeza de su rostro, para crear desde allí, un ser aparentemente anodino, un hombre anquilosado por las voluntades ajenas y los formalismos de una época gris. María Cristina Gálvez desarrolla con solvencia un personaje francamente desagradable, una mujer cuya dominancia justifica los más profundos miedos que cualquier persona pueda llegar a tener sobre el matrimonio. Sigue en spoiler sin revelar detalles del argumento.
Tal vez sea la mejor película colombiana de la historia, algo no tan difícil si tenemos en cuenta la pobreza argumental, la impericia técnica y la falta de ambiciones de la gran mayoría de los largometrajes producidos en nuestro país. La historia es simple pero contundente. Bogotá, 9 de abril de 1948. El magnicidio de Jorge Eliecer Gaitán ha desatado el caos en la ciudad. Santiago, un hombre que supera los cincuenta años, se ve confinado a permanecer en el apartamento de Laura, su vecina solterona, quien se desempeña como profesora. El hombre, un gris empleado público, descubre gracias a Laura un nuevo impulso vital, por medio del cual será capaz de protagonizar un inesperado viraje en búsqueda de algo que vaya más allá de los límites trazados por un matrimonio rutinario, un trabajo mediocre y una vida estancada en las lodosas tierras del conformismo. Contado de esta manera, la película no parece ser la gran cosa. No nos llamemos a engaño. Pese a su contención, es una de las historias de amor más conmovedoras jamás filmada, quizá a la altura de Una jornada particular, de Ettore Scola o Make way for tomorrow, de Leo McCarey. No, no es un exabrupto. Si un meteoro estuviese a punto de caer a la tierra y solicitarán a cada uno de los países salvar sólo una de sus películas para ser transportadas a otro planeta, Confesión a Laura debería ser la escogida, aún por encima de verdaderas joyas como La estrategia del Caracol, La vendedora de Rosas o Tiempo de Morir (películas que con todos sus defectos y fallas, tienen para mí un inmenso significado), u otras evidentemente sobrevaloradas, como Los viajes del viento o El Colombian Dream.
Pese a esto, Confesión a Laura sigue siendo, desafortunadamente, un filme poco conocido, algo que no es tan extraño si tenemos en cuenta que su historia se basa exclusivamente en una larga conversación sobre la vida cotidiana de seres anónimos, en una desencantada reflexión sobre el paso del tiempo y las oportunidades perdidas. No hay escenas de violencia gratuita o sexo desenfrenado. No existe una banda sonora memorable o innovadora. La fotografía es más bien oscura. El trabajo de cámara no se caracteriza por sus arriesgadas tomas sino que al contrario, descansa en enfoques planos y convencionales. En definitiva, es una película que, al igual que gran parte de las obras capitales del cine, confía más en su fondo que en su forma. Tal austeridad habla mejor que nada de la incipiencia de nuestra industria cinematográfica, pero también del desmedido amor que hacía el cine profesaban unos cuantos quijotes, hombres y mujeres que se entregaron en cuerpo y alma a fungir de cineastas en un país y una sociedad que poco interés le prestaba al bellísimo arte de los hermanos Lumiere.
Pero si bien es cierto que los aspectos técnicos de la película son fallidos, otra cosa sucede con las actuaciones, la dirección y el guión. Vicky Hernández, cuya trayectoria es de sobra conocida por cualquier colombiano, le otorga a Laura una dulzura poco habitual en el cine nacional, repleto más de caricaturas que de verdaderos personajes. Su Laura, sutil, natural y atravesada por una profunda humanidad que es posible descubrir en los actos más simples, constituye un hermoso descubrimiento, un soplo de aire fresco en una cinematografía frecuentemente acostumbrada a hacer de la violencia y la deshumanización su mito fundacional, su absoluto, su deber ser.
Gustavo Londoño, un maravilloso actor que marcó un derrotero en la historia de la televisión nacional, realiza el papel de Santiago, un hombre hostigado por su mujer, Josefina (María Cristina Gálvez), quien vive justamente al frente del apartamento de Laura. Josefina ha enviado a Laura un pastel para celebrar su cumpleaños número 45. Pero Santiago, quien ha sido el encargado de llevar este presente, no puede salir del apartamento de Laura debido a que el caos se ha desatado en la ciudad y los francotiradores del gobierno se han situado en los techos de las casas prestos a disparar a todo lo que se mueva. Londoño presta a Santiago la serena tristeza de su rostro, para crear desde allí, un ser aparentemente anodino, un hombre anquilosado por las voluntades ajenas y los formalismos de una época gris. María Cristina Gálvez desarrolla con solvencia un personaje francamente desagradable, una mujer cuya dominancia justifica los más profundos miedos que cualquier persona pueda llegar a tener sobre el matrimonio. Sigue en spoiler sin revelar detalles del argumento.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
El guión, escrito por Alexandra Cardona Restrepo y la dirección, a cargo de Jaime Osorio Gómez (famoso por ser uno de los productores de “María llena eres de gracia”), se concatenan maravillosamente. Las conversaciones entre Laura y Santiago, simples, cotidianas, nada presuntuosas, dejan entrever la frustración de dos vidas signadas por el peso de la cotidianidad y el sentido del deber. Poco a poco, Santiago, cuyo matrimonio lo ha privado paulatinamente de su propio sentido de la identidad, y Laura, una mujer que deliberadamente ha optado por la soltería como una opción vital, valga la redundancia, descubren el uno en el otro una especie de luz capaz de alumbrar sus más escondidos deseos, su verdadero yo. En una de las escenas antológicas de la película, Laura lanza esta pregunta: “¿Santiago, usted porqué no es?”, inquietud que remite no sólo a una reflexión sobre la identidad, sino también, a la posibilidad de ser, de construir una vida que se ajuste a lo que realmente se quiere, a lo que realmente se necesita, lejos de lo socialmente impuesto o del lastre de la convencionalidad. Cardona Restrepo ha creado un guión delicado, que no por eso, deja de estar repleto de evocadores subtextos. Osorio, por su parte, construye una historia con mano firme, sin titubeos de ningún tipo, con la menor cantidad de cabos sueltos. Es cierto, como ya lo he repetido, que la historia peca de pobreza visual y técnica, pero es lo anterior lo que precisamente permite al espectador centrar su atención en lo realmente importante, en lo verdaderamente valioso. La solidez de las actuaciones, la belleza de los diálogos y las reflexiones dolorosas y al mismo tiempo esperanzadoras que genera la película, atestiguan su atemporalidad, su fuerza y su indescifrable misterio.
Han pasado 23 años desde la primera exhibición de “Confesión a Laura”. Han pasado cerca de dos meses desde la exhibición de “Roa”, una película de Andi Baiz sobre el asesino de Jorge Eliecer Gaitán. Ambas películas están ambientadas en 1948, y tienen como eje transversal el Bogotazo. “Roa” se ve beneficiada con los últimos avances técnicos en el campo cinematográfico. Una fotografía impecable, una recreación escalofriante del Bogotazo, una dirección artística que no escatimó ningún esfuerzo para simular la particular estética capitalina de la década de los cuarentas. Pero “Roa” falla en lo más importante. Carece de alma. No logra una conexión verdadera con el espectador. Incurre incluso en una especie de caricaturización de los personajes implicados en la historia del asesinato del caudillo liberal. Al igual que muchas películas colombianas que tratan el tema de nuestra sempiterna violencia, el foco se posa sobre el sitio de la explosión, pero olvida que las ondas alcanzan una profundidad inabordable. Laura se aleja de estos clichés, creando una fábula intimista en un país que odia el intimismo y que sólo se ve representado en la desmesura. Laura nos sugiere que hay otras formas de violencia, que hay otras formas de hacer(nos) daño. Y la principal de ellas es dejando de ser lo que queremos ser, adaptarnos a una existencia que reduce, a modo spinozista, nuestras potencias vitales. “Confesión a Laura” es un manifiesto sobre el amor en tanto descubrimiento, como una especie de escenario en donde podemos mostrarnos tal como somos, sin miedo a la censura, al ridículo o al descrédito. En definitiva, de cómo el amor puede ser una opción para construir un real ejercicio de la otredad y de la liberación propia y ajena. Mi nombre es Nelson, mil gracias por haber leído mi crítica
Han pasado 23 años desde la primera exhibición de “Confesión a Laura”. Han pasado cerca de dos meses desde la exhibición de “Roa”, una película de Andi Baiz sobre el asesino de Jorge Eliecer Gaitán. Ambas películas están ambientadas en 1948, y tienen como eje transversal el Bogotazo. “Roa” se ve beneficiada con los últimos avances técnicos en el campo cinematográfico. Una fotografía impecable, una recreación escalofriante del Bogotazo, una dirección artística que no escatimó ningún esfuerzo para simular la particular estética capitalina de la década de los cuarentas. Pero “Roa” falla en lo más importante. Carece de alma. No logra una conexión verdadera con el espectador. Incurre incluso en una especie de caricaturización de los personajes implicados en la historia del asesinato del caudillo liberal. Al igual que muchas películas colombianas que tratan el tema de nuestra sempiterna violencia, el foco se posa sobre el sitio de la explosión, pero olvida que las ondas alcanzan una profundidad inabordable. Laura se aleja de estos clichés, creando una fábula intimista en un país que odia el intimismo y que sólo se ve representado en la desmesura. Laura nos sugiere que hay otras formas de violencia, que hay otras formas de hacer(nos) daño. Y la principal de ellas es dejando de ser lo que queremos ser, adaptarnos a una existencia que reduce, a modo spinozista, nuestras potencias vitales. “Confesión a Laura” es un manifiesto sobre el amor en tanto descubrimiento, como una especie de escenario en donde podemos mostrarnos tal como somos, sin miedo a la censura, al ridículo o al descrédito. En definitiva, de cómo el amor puede ser una opción para construir un real ejercicio de la otredad y de la liberación propia y ajena. Mi nombre es Nelson, mil gracias por haber leído mi crítica