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Voto de Scott Carey:
5
Drama Una noche de otoño del año 2003, Mark Zuckerberg (Jesse Eisenberg), alumno de Harvard y genio de la programación, se sienta delante de su ordenador y empieza a desarrollar una nueva idea: TheFacebook. Lo que comenzó en la habitación de un colegio mayor pronto se convirtió en una revolucionaria red social. Seis años y 500 millones de amigos después, Zuckerberg es el billonario más joven de la historia. Pero a este joven emprendedor el ... [+]
7 de noviembre de 2010
13 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
David Fincher, autor de unas de las películas más interesantes de la última década, vuelve a la carga con la historia de Mark Zuckerberg, creador de uno de los más recientes fenómenos sociales, el Facebook. La vida de este chico, que en poco tiempo se convirtió en millonario gracias al éxito de su invento, es una muestra más del llamado sueño americano, de la capacidad de llegar a lo más alto partiendo de la nada. Múltiples ejemplos ha dado, tanto el cine como la vida, de personajes en su misma situación, en el terreno informático y en otros ámbitos, con lo cual la experiencia vital de Zuckerberg no destaca precisamente por su originalidad.

Fincher filma su película más impersonal con su oficio habitual, pero sin la brillantez de anteriores trabajos. Un ritmo un tanto atropellado provoca una cierta confusión de situaciones en determinados momentos, y el nivel interpretativo está a la altura del de la realización. Es decir, ningún actor destaca especialmente, pero todos cumplen su papel con eficiencia. Si todo lo que cuenta el film es cierto, que hay que suponer que sí lo es, Mark Zuckerberg no queda demasiado bien parado. Al final de la cinta, su vida se dibuja bastante vacía, pero es imposible sentir un mínimo atisbo de compasión por un personaje así. Al fin y al cabo, tiene la capacidad de solucionar sus problemas a través de su inagotable talonario, y aunque quizás no conozca nunca el sentido de la verdadera amistad, tendrá una vida más cómoda que el 95% de los mortales. Con todo, la escena final del film no deja de tener cierta gracia. Posiblemente el momento más inspirado y brillante de toda la película.
Scott Carey
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