Ryota (Masaharu Fukuyama) lleva una vida exitosa, está acomodado económicamente, siendo un privilegiado en este aspecto, gracias a su trabajo, es un hombre decidido, regio, obsesionado por el orden y el cumplimiento de deberes. Vive con su esposa Midori (Machiko Ono) y su pequeño hijo de seis años Keita (Keita Ninomiya), a quien cría de forma estricta.

La idílica vida de esta familia sufre un quiebre en el momento en que son notificados de que Keita no es hijo de ellos, sino que cuando nació hubo un cambio de bebés. Con este panorama aparece la familia compuesta por Yudai (Rirî Furankî) un tipo que maneja un negocio en su casa, su esposa Yukari (Yôko Maki) y sus tres hijos, uno de ellos es Ryusei (Shôgen Hwang), el verdadero hijo de la primera pareja.

Como es de esperarse comienza un embrollo entre las familias, pero un embrollo en buenos términos a saber que ninguna de ellas tuvo la culpa del cambio de hijos. En este punto se comienza a ver las grandes diferencias entre unos y otros, Koreeda ejemplifica de forma maravillosa esto, siendo uno de los puntos primordiales del relato, puesto que se entiende las grandes diferencias en la crianza de los niños.

Soshite chichi ni naru es un drama familiar ganador del Premio del Jurado (“tercer lugar”) en Cannes y del Premio del público en San Sebastián, ambas en 2013. Un trabajo donde Koreeda como de costumbre funge de guionista, el relato es interesante porque luego de presentar todo el cuadro, comienza el drama del protagonista y los demás personajes mayores.

El realizador logra que el espectador piense la situación, se consterne una y otra vez ante lo que ve, piense sobre qué haría, se compadezca de los personajes. Posteriormente Koreeda da un salto, enfocándose en la perspectiva de los niños, que hasta ese momento eran espectadores inocentes que no entendían nada, hasta que el impacto de la situación les alcanza totalmente.

El film cuenta con un elenco maravilloso, cada uno de los personajes está muy bien definidos, actores y actrices se apropian totalmente de ellos, hasta los niños están sublimes, ni idea como el director pudo lograr ese control y en general tal naturalidad. Emocionalmente va creciendo conforme pasan los minutos, aunque hay cierto estancamiento y repetición sobre la mitad del metraje.

Una obra poderosa y sublime.