Quentin Tarantino tiene acostumbrada a su audiencia a manipular la historia para mostrar más estilo propio pero, en cambio, en esta película vemos cómo quiere homenajear a una época de Hollywood que añora y ama. Puede ser una de sus películas más redondas y maduras des de hace bastante tiempo.

Tarantino siempre ha destacado más por el buen guionista que es más que por su faceta de director pero sí es verdad que en esta película (aún teniendo un buen guión) destaca más por su dirección. Como consigue cambiar el estilo de narrar la historia dependiendo del plano que utiliza.

El talento actoral que podemos disfrutar en esta película es increíble: desde un Leonardo DiCaprio sublime, uno de sus mejores trabajos indiscutiblemente mencionando el mérito detalle de la tartamudez del personaje y de la evolución que le da el actor a lo largo de la película; a un Brad Pitt que no veíamos así desde Malditos Bastardos donde, aunque en toda la película el peso actoral lo lleve DiCaprio, en la última media hora entra en otro nivel y consigue toda la atención del espectador; terminando con una Margot Robbie fantástica que consigue representar y transmitir la inocencia de Hollywood, homenajear con dulzura a Sharon Tate y contraponerse con el personaje de DiCaprio siendo ella el inicio de una nueva carrera con el declive de otra.

A pesar de las críticas que ha tenido el papel de Margot Robbie en la película es el alma de esta, no habría película sin ella. Sharon Tate es la pieza por la cual Tarantino quiere representar el nuevo Hollywood y su sueño perdido de qué habría pasado si todo hubiera tomado otro camino que nos muestra con Rick Dalton y Sharon Tate enlazándose en un abrazo final junto a “Érase una vez… en Hollywood”.

Tarantino consigue que nos sintamos en los 60, que sintamos esa nostalgia que él siente y que veamos lo que él recuerda con ayuda de esa intachable ambientación y esa música que no te quitas de la cabeza al terminar la película.