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España España · Sevilla / Ávila
Voto de Francisco de Javier:
9
Drama Libremente inspirada en un episodio que marca el fin de la carrera del filósofo Friedrich Nietzsche. El 3 de enero de 1889, en la plaza Alberto de Turín, Nietzsche se lanzó llorando al cuello de un caballo agotado y maltratado por su cochero y, después, se desmayó. Desde entonces, dejó de escribir y se hundió en la locura y el mutismo. En una atmósfera preapocalíptica, se nos muestra la vida del cochero, su hija y el viejo caballo. (FILMAFFINITY) [+]
15 de diciembre de 2023
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Obra maestra de Béla Tarr que emerge como una sinfonía visual que encuentra belleza en la cotidianidad de la miseria del ocaso del tiempo. Tarr pinta cuadros donde la luz y la sombra se entrelazan, grabado como no podría ser de otro modo en blanco y negro, transformando cada fotograma en una obra de arte impresionista y pictorialista. Cada instante de la película parece ser una fotografía de Henry Peach Robinson.

Sin embargo, tenga en cuenta el espectador que el uso del tiempo que emplea Tarr no es, para nada, convencional. El tiempo es un elemento omnipresente y excesivamente realista en su obra, caracterizada por largos y aburridos planos secuencias que se deslizan lenta y reflexivamente, en los que, efecitvamente, no ocurre prácticamente nada (lo que promueve al espectador sumergirse en cada detalle, cada gesto...). Éstas pueden resultar soporíferas para muchos, de nuevo evocando a la inmovilidad de la fotografía; más aún cuando apenas hay texto ni doálogo y la banda sonora se torna repetitiva, contribuyendo a crear aquella atmósfera apocalíptica, pero no parusíaca. Una experiencia única en la que, como aquel ruso, Tarr esculpe en el tiempo.

En este contexto apocalíptico, Dios parece haber abandonado a la Creación a su suerte; un mundo que el hombre, en su soberbia, ha rechazado. Si Dios da la espalda al mundo, como afirmaría el filósofo loco; si la Divinidad y lo sagrado abandona el mundo, ¿dónde irá la humanidad? A la deriva hacia la oscuridad de la nada, del vacío. Así torna una filosofía nietzscheana: consecuente nihilista, suicida y desoladora.

La desolación es palpable a través de la fotografía y del tiempo. Los sellos han sido abiertos, y no hay visión alguna de la marca del Cordero. La condena será la rutina monótona, vacía y desesperada de unos protagonistas que tratan, ya no de sobrevivir, pues el propio instinto natural les ha abandonado a él y a los animales; sino de permanecer eternamente en elementos como el viento furioso y la tormenta de polvo, productos del desmoronamiento de un mundo que se precipita voluntariamente hacia el abismo.

Todo queda en ausencia: el agua, la luz y el calor huyen del mundo. El animal está cansado de no tener voz, de que el hombre no sea su verbo; por ello grita en silencio y se subleva contra el hombre. Niestzche quizá lo vio en sus ojos en aquel curioso hecho de Turín que vehicula la cinta y de su descenso final a la locura; ¿acaso no es la locura la única salida posible ante la espaldas a Dios? ¿o mejor hubiera sido el suicidio?. Nietzsche es el profeta del apocalipsis, el que anticipa la caída de la Civilización, la caída de Roma. Por eso los gitanos, sin ley, huyen a América ¿el séptimo imperio innominado que habrá de durar poco tiempo?. Alrededor todo es noche y niebla; es ausencia. No está Dios. ¿O acaso está al llegar?.

Es la poesía del condenado, grito silencioso del alma desalentada, pretendiendo lavar sus vestiduras. Hay belleza en la miseria porque hay alma. No es cine para todos, pero aquellos dispuestos a sumergirse en la contemplación del tiempo y la desesperanza apocalíptica, a las consecuencias de la filosofía nihilista de «este patético esperma de Lucifer», como se referiría León Bloy a Nietszche; encontrarán en esta obra un viaje cinematográfico cuanto menos interesante.
Francisco de Javier
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