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Venezuela Venezuela · Nueva Esparta
Voto de Sebastian Arena:
10
Drama Nina (Natalie Portman), una brillante bailarina que forma parte de una compañía de ballet de Nueva York, vive completamente absorbida por la danza. La presión de su controladora madre (Barbara Hershey), la rivalidad con su compañera Lily (Mila Kunis) y las exigencias del severo director (Vincent Cassel) se irán incrementando a medida que se acerca el día del estreno. Esta tensión provoca en Nina un agotamiento nervioso y una confusión ... [+]
4 de noviembre de 2013
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una premisa interesante se da en una línea específica del diálogo:

«La perfección no es sólo tener control, sino también dejar ir…».

Es decir, bajo un punto de vista específico se vela por la posibilidad de que la perfección esté en el equilibrio de saberse en «control» pero al mismo tiempo, mantener cierto grado de «libertad». Es una premisa, y se queda allí, porque, a fines prácticos, un equilibrio tan anhelado como ése no se puede dar comúnmente. El factor «humano» detrás de cada persona reside en que ésta tiene el potencial de apasionarse de cierta forma por algo/alguien.

Lo que refleja Portman en sus facciones y en su actuar, es justamente la dualidad ya representada de variadas formas en el arte; y en distintos personajes como Dorian Gray o Jekyll/Hyde. Ése carácter que diferencia aquello que permanece en la superficie y lo que es meramente símbolo; lo consciente y lo inconsciente. Que lo haga en grados incomprensibles para gran parte de la humanidad se debe justamente a su elevada exigencia para consigo misma.

La obsesión, ciertamente, sólo se considera como un potencial efectivo e incluso necesario cuando funciona en pos del beneficio de quien tiene el poder (ya sea político, económico, administrativo o de otra clase más sutil). Cuando se observa a sí misma, como la uróboros, lo único que puede «contemplar» es una especie de caos. Porque, ya que ella representa una perseverancia sin sentido en busca de lo que le atrae (y que generalmente no tiene), al verse y sólo hallar anhelo, se resguardará en una impotencia. Una «impotencia» (o percepción de la propia fragilidad) que de un momento a otro la lleva al conflicto, y esto, desencadena la distorsión de la realidad. Es por ello que ciertas compulsiones obsesivas como no poder dejar de ordenar las cosas, o necesitar lavarse las manos constantemente, reflejan una exagerada percepción de las cosas.

Pero la obsesión no es sólo un anhelo constante e impotente (sólo en la propia percepción, en un gran número de casos), es también una «presión». Un cuchillo que se clava una y otra vez, un sangramiento que no lleva a la muerte sino en los casos más radicales y desatendidos. Sin embargo, es a raíz de una presión constante y potente la que permite la metamorfosis del carbón al diamante. Y ésta piedra preciosa sí es un vivo reflejo de la verdadera perfección, es decir, aquél estado por el cual, luego de un anhelo constante, de una presión potente, todo se disuelve. Ya no hay más presión, ni anhelo. Sólo hay algo nuevo.

La dualidad que representa la tendencia al conflicto del obsesivo, es quizá el factor más importante. El cisne blanco y el negro son las dos caras de una misma moneda que está «en pos de». Nina es, plenamente, entonces, un personaje polémico; pero muy real. «Real» en el sentido que «representa una posibilidad cada vez más observable/apreciable». No, no es recriminable una actitud obsesiva, sirva o no al mecanismo de poder preponderante; ni mucho menos es desdeñable la búsqueda de una perfección. Lo único que podría intentar criticarse sería el dejar que la presión y el anhelo constante lleven a extremos entre los cuales la línea entre la vida y la muerte sea demasiado visible.

Pero, algo que si olvidó mostrar Aronofsky (aunque sí esté implícito), es que la crítica que permita el reconocimiento de hasta qué punto se está dispuesto a llegar por el anhelo, la debe de realizar por sí mismo el sujeto obsesivo. Ésta caracterización de la personalidad, no sólo busca lo que anhela (el principal objeto/persona que vuelve una y otra vez junto a la presión), sino, a raíz de su tendencia conflictiva, requiere saberse «en control» de sí. Es por eso que la intervención externa generalmente no influye en ningún modo; a menos que venga del principal objeto/persona del interés del obsesivo (y aún ante esta posibilidad, es difícil lograr algo). Es vital entonces buscar la disposición de ciertos estímulos, como dejó bien en claro Kunis con su interpretación, que permitan cierta disminución de la capacidad de alerta.

Se reconoce entonces que el obsesivo no sólo anhela el objeto de su «fijación» (pensamientos recurrentes), sino también el poder sobre sí mismo (lo que llega a confundir con libertad). Nina deseó la perfección, y lo hizo tan intensamente, que se enfrentó a sí misma (en distintas situaciones). No se le puede culpar por ello… Como se planteó en un principio, el factor «humano» detrás de cada persona reside justamente en su capacidad de sentir.

Ella conoció la perfección, o su nueva identidad (luego de la metamorfosis).

Ella sintió, y, más aún, pudo influir en el espectador para hacerle sentir también (ya sea una identificación, como el propio caso, o compasión, en una gran mayoría).
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Sebastian Arena
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