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Voto de Fco Javier Rodríguez Barranco:
8
Drama Habiendo sobrevivido más que sus contemporáneos, el anciano "Lucky" se encuentra en el tramo final de su vida, donde se verá impulsado a un viaje de autodescubrimiento. (FILMAFFINITY)
19 de mayo de 2018
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Una voluntad filosófica puede venir de manera explícita en la propia película, según es el caso de Lucky (2017), de John Carroll Lynch, donde ya en el propio cartel se anuncia que trata sobre el existencialismo y nos encontramos luego con afirmaciones tan cristalinas como la de que no existe el alma, que es uno de los preceptos básicos de esa escuela filosófica: no existe la esencia, en el sentido platónico del término, es decir, el alma.
Aludamos someramente a que en su obra Ser y tiempo, Matin Heidegger pretende desbaratar tres, a su juicio, grandes prejuicios que se arrastran desde la filosofía griega: 1.- El “ser” es el concepto más universal; 2.- El concepto de “ser” es indefinible; y 3.- El “ser” es un concepto evidente por sí mismo. Para concluir que la pregunta sobre el sentido del ser debe ser planteada. Por ello, según los estudiosos del tema, por ejemplo Carmen Segura, “lo novedoso en el planteamiento de Heidegger estriba en que para llevar a cabo su propósito consideró necesario realizar una “analítica existencial” de lo que llamó el Dasein (el “ser-ahí”, según la traducción de Gaos). Heidegger quiso llevar hasta sus últimas consecuencias el principio fenomenológico que proclamaba la necesidad de “volver a las cosas mismas”, sin necesidad de construcciones metafísicas”.
Si volvemos a Lucky, para recordarnos que solos venimos a este mundo y solos nos iremos de él, esta cinta coloca la acción en uno de los rincones más desolados del planeta, es decir, el desierto del sur de Estados Unidos, rico en cactus, pero poco más vida hay en él, salvo serpientes, alacranes y cosas así, una ambientación en un lugar extremo que ya vimos en París, Texas (1984), de Win Wenders, siendo así que el actor protagonista en ambas producciones es el mismo, es decir, Harry Dean Stanton, que demuestra en ambas producciones un talento extraordinario.
A partir de ahí, se coloca al personaje principal ante una serie de situaciones que se pueden inscribir en el siguiente eje de coordenadas: vivimos con el ataúd a cuestas, como las tortugas, y mucho mejor afrontarlo con una sonrisa, en lo que difiere notablemente del pensamiento existencial donde impera la pena y la sonrisa no existe ni siquiera para ser rebatida. Recordemos tan sólo la enorme carga de melancolía que impregna la vida y la obra de Kierkegaard, padre del existencialismo, fortalecida sin duda por la muerte de su madre y cinco hermanos cuando el filósofo danés se hallaba todavía en edad temprana.
Sin embargo, dentro de ese eje de coordenadas en que discurre Lucky, la soledad y la finitud vitales discurren sobre momentos meramente clínicos u otros tiernos, sin cebarse en la desesperación (de hecho, no hay tal desesperación) e incorporando destellos cómicos, según son las dos apariciones de un agente de seguros de vida, como no podía ser de otra manera, o la pena de Howard, interpretado por David Lynch, por habérsele escapado su tortuga, con toda la carga simbólica asociada a este animal que hemos sugerido más arriba: una criatura de extraordinaria longevidad, pero condenada a caminar con su ataúd desde el mismísimo nacimiento.
Fco Javier Rodríguez Barranco
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