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Voto de seagal4ever:
9
18 de febrero de 2010
33 de 50 usuarios han encontrado esta crítica útil
Godard vuelve a demostrar por qué es uno de los más grandes cineastas que ha salido del viejo continente. Pocos cineastas pueden presumir de tener entre sus obras películas de la talla de la que nos ocupa, un asombroso mosaico repleto de ambigüedades, surrealismo y magia cinematográfica. El filme desprende un aroma a clásico moderno por los cuatro costados y, personalmente, creo que no tiene nada que envidiar a su obra magna: "Al final de la escapada".
La verdad es que los calificativos positivos se antojan insuficientes al atribuírselos a un cineasta de la categoría de Godard. Creo que es innegable su prodigiosa capacidad para asombrar y dejar con la boca abierta a cualquiera que se aproxime a su cine, ya se trate de un mero espectador casual o de un empedernido y enfermizo cinéfago. Este hombre está más allá del bien y del mal, posee una percepción tan personal y suigéneris de la narrativa cinematográfica, y del séptimo arte en particular, que sería vano explayarse ensalzando sus múltiples e innumerables virtudes. Todo lo que aquí pueda decir son tan solo desvaríos de un simple espectador fascinado por la mano del genio francés.
La historia de la película se centra en el plan de dos amigos para robar una importante suma de dinero de la casa de unos acaudalados en la Francia de los años '60. Para lograr llevar a buen término su propósito se ganarán la confianza de la ingenua y bella sobrina de los dueños (era la sobrina, ¿no?).
Y esta es la historia, ni más ni menos. Tan aparentemente simple como asombrosamente llena de matices. El desarrollo de los personajes es tan particular como sublime. Las interpretaciones del terceto protagonista (Anna Karina -la inolvidable Odile-, Claude Brasseur y Sami Frey) desbordan naturalidad. La preciosista banda sonora funciona como un complemento perfecto de los desvaríos y múltiples sinsentidos que pueblan el filme y lo elevan a cotas difícil de alcanzar. Porque es de recibo señalar que los diálogos aparentemente banales colman el metraje, y las situaciones extravagantes se van sucediendo de manera continuada, escena a escena, fotograma a fotograma.
La verdad es que los calificativos positivos se antojan insuficientes al atribuírselos a un cineasta de la categoría de Godard. Creo que es innegable su prodigiosa capacidad para asombrar y dejar con la boca abierta a cualquiera que se aproxime a su cine, ya se trate de un mero espectador casual o de un empedernido y enfermizo cinéfago. Este hombre está más allá del bien y del mal, posee una percepción tan personal y suigéneris de la narrativa cinematográfica, y del séptimo arte en particular, que sería vano explayarse ensalzando sus múltiples e innumerables virtudes. Todo lo que aquí pueda decir son tan solo desvaríos de un simple espectador fascinado por la mano del genio francés.
La historia de la película se centra en el plan de dos amigos para robar una importante suma de dinero de la casa de unos acaudalados en la Francia de los años '60. Para lograr llevar a buen término su propósito se ganarán la confianza de la ingenua y bella sobrina de los dueños (era la sobrina, ¿no?).
Y esta es la historia, ni más ni menos. Tan aparentemente simple como asombrosamente llena de matices. El desarrollo de los personajes es tan particular como sublime. Las interpretaciones del terceto protagonista (Anna Karina -la inolvidable Odile-, Claude Brasseur y Sami Frey) desbordan naturalidad. La preciosista banda sonora funciona como un complemento perfecto de los desvaríos y múltiples sinsentidos que pueblan el filme y lo elevan a cotas difícil de alcanzar. Porque es de recibo señalar que los diálogos aparentemente banales colman el metraje, y las situaciones extravagantes se van sucediendo de manera continuada, escena a escena, fotograma a fotograma.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Y qué puede decirse de los innumerables mágicos momentos que se desarrollan a lo lardo de la cinta. Se cuentan por decenas: qué puede uno decir ante el minuto de silencio (en el que no sólo se callan los personajes sino que desaparece toda fuente de sonido; o ante la carrera de los personajes a través del museo Louvre mientras son increpados por los presentes; o cómo se puede reaccionar cuando vemos a uno de los protagonistas hacer que dispara al otro y éste se desploma al suelo; o ante la obsesión de Franz por ser piloto de carreras mientras zigzaguea con su coche por el suelo embarrado esquivando los obstáculos y Arthur le persigue corriendo detrás de él y metiéndose en el vehículo por el parabrisas trasero; o qué pensar ante el magnético e hipnótico baile que los tres protagonistas se marcan en el bar con la voz del narrador contando los surrealistas pensamientos de los personajes... Es el cine en su estado más puro, la belleza cinematográfica en su cota más sublime y despojada de toda gravedad. Las imágenes cobran por sí solas todo el significado.
Godard puede gustar más o menos, pero su cine es tan original y alejado de todo lo que se ha hecho que es difícil no sentirse en cierto modo atraído por su particular microcosmos y su alocada visión del cine. De acuerdo que puede resultar complicado entrar en su juego (y de hecho puedo entender a sus críticos en cierto modo), pero una vez dentro, una vez aceptas las características de su personal e irrepetible estilo, se abre ante ti un inabarcable abanico de sensaciones tan intangibles como duraderas, tan irracionales como fascinantes. El cine se despoja de sus anclajes con la realidad y se libera de tal forma que uno tiene la extraña sensación de que es la primera vez que está viendo verdaderamente lo que es el cine, y eso marca, ya lo creo que sí... Godard no hace cine; nunca lo ha hecho: él hace CINE.
Godard puede gustar más o menos, pero su cine es tan original y alejado de todo lo que se ha hecho que es difícil no sentirse en cierto modo atraído por su particular microcosmos y su alocada visión del cine. De acuerdo que puede resultar complicado entrar en su juego (y de hecho puedo entender a sus críticos en cierto modo), pero una vez dentro, una vez aceptas las características de su personal e irrepetible estilo, se abre ante ti un inabarcable abanico de sensaciones tan intangibles como duraderas, tan irracionales como fascinantes. El cine se despoja de sus anclajes con la realidad y se libera de tal forma que uno tiene la extraña sensación de que es la primera vez que está viendo verdaderamente lo que es el cine, y eso marca, ya lo creo que sí... Godard no hace cine; nunca lo ha hecho: él hace CINE.