Si hubiera un género capaz de aunar todos en uno solo, ese sería el western. Por disparatado que pueda parecer en un principio, a su amparo tiene capacidad para concentrar una amalgama más amplia de expresiones. Tanto es así, que hasta se permite el lujo de pertrechar lo que aparentan ser estilos incompatibles y contrapuestos en esencia. Conjugado con terror caníbal se abre un abanico de posibilidades inexploradas, pues parece una osadía cercana a la estupidez hasta que uno se sienta y lo disfruta. Seguro que clásicos tras la cámara como Ford o Hawks, baluartes imperecederos del western, jamás hubieran imaginado algo semejante. Y si uno es del cine, es del western y, con ello, debe serlo por extensión y por propia definición de gente como Ford y Hawks. Para que no haya duda de que las referencias también se habrían visto sorprendidas.
Desde luego que los hay y habrá buenos, malos y regulares, como en botica. No todo lo que reluce es oro. En el caso de 'Bone Tomahawk' el compendio es positivo y gratificante. Rezuma un halo de misterio apetecible por descubrir a cada paso que da, y cuando le llega la hora de poner las cartas sobre la mesa, se inclina por un dispendio de brutalidad sin miramientos cercano al Tarantino más visceral y al gore más expreso, sin que esto signifique renegar de su compromiso con las pautas habituales como el honor o la valentía, simplemente están expuestas a un peligro distinto, nuevo. No es que pierda, por tanto, el instinto primario del viejo western, es que gana por el camino en el choque de estilos.
Puede con ello que no guste a todo el mundo pero una cosa se lleva seguro, no dejará indiferente.